Madres
Todas perdemos la paciencia
Por Daniela Méndez
Lo valioso y útil de la paciencia es innegable. En esta columna no me enfocaré en recordar demasiado eso; tampoco es mi intención negar la inmensa importancia de cultivarla en nuestra vida y en nuestras maternidades (hacerlo, de hecho, bien sabemos que es necesario para nuestra salud mental y la de nuestros pequeños, para nuestra supervivencia y la de ellos).
Me enfocaré muy especialmente en lo que nos pasa a nosotras, en lo que sentimos cuando la perdemos, cuando creemos que no nos da para más y estamos a punto de explotar o ¡de hecho explotamos! aunque no queramos, con el fin de practicar con nosotras mismas esa empatía que tantas veces practicamos con otros.
Lo primero que quiero decirte es que, más allá de que sabemos -hemos leído o escuchado en alguna parte, desde la sabiduría popular hasta las fuentes con argumento científico- que no es lo mejor ni lo más aconsejable ni lo más sano, TODAS PERDEMOS LA PACIENCIA -en público o escondidas, en la intimidad de nuestro hogar-.
Y ¿por qué?, Pues simple: Porque somos humanas y aún no estamos iluminadas. Y no te digo esto para frustrar tus deseos de ser un poco más paciente cada día, sino más bien para aliviar la carga que te genera creer que existe la mujer que nunca la pierde y exigirte imposibles a ti misma.
Lamento decirte, además, que hasta esa mamá que te enseña tips sobre la paciencia en redes sociales la pierde alguna o algunas veces en su día a día (las más honestas y realistas de hecho lo confiesan).
Algunas mujeres me han confesado -en las consultas o en una conversación honesta- que el solo hecho de sentir internamente que están abrumadas, que no pueden pasar un minuto más con sus peques y que les urge hablar o estar con un adulto experimentando, en consecuencia, brotes internos de impaciencia, es motivo de culpa, aunque por fuera parezca que no pasa nada y estén cuidando a sus hijos con su mejor amor y cara.
Acá lo primero que quiero decirte, si te sientes identificada, es que tienes derecho a sentir. Sentir que te falta paciencia, que estás agobiada, es válido y necesario. Bajar del altar la idea de que existe una mamá que nunca siente esta incomodidad y que es capaz de tolerar con entereza cada desafío del día a día con sus hijos, te ayudará a llevarlo de una mejor manera, al menos más amable y realista contigo misma y con las expectativas que tienes sobre la maternidad.
Sentir no te hace mala madre, sentir no te llevará a hacer algo de lo que te arrepentirás (gritar. por ejemplo, a tu hijo de una manera que no quieres, que no te permites dentro de los límites que te has puesto como madre), sentir te ayudará a identificar lo que te pasa y a poder cultivar la paciencia desde lo genuino, desde lo honesto, real, que no tiene nada que ver con ser una mamá frozen, es decir congelada, que no siente nada.
Antes nos decían que teníamos que poder responder con una sonrisa porque estaba in el ideal de la mamá perfecta, la mujer sacrificada que podía con todo y nunca se quejaba; hoy en día, aunque nos creemos más liberadas, nos ponemos encima el argumento de la consciencia, las heridas sanadas, para exigirnos no sentirnos ¡por nada! perturbadas.
Y es que por muy adorables, sabios, inocentes y hermosos que sean nuestros hijos, maternarlos ¡claro que necesita unos niveles extraordinarios de paciencia! Reconocer esto, poner esto sobre la mesa, no es irrespetarlos ni sé adultocéntricas. Es reconocer que necesitamos dedicar mucha energía, más de la que estamos acostumbradas o estábamos acostumbradas antes de ser madres, a cuidar y sobre todo a quedarnos, a permanecer, a solucionar, cuando lo que habíamos hecho en otro momento es escapar o irnos a otro lugar (si peleas o tienes diferencias con tu pareja, te enojas con tu amiga o tu jefe, tus derechos a guardar distancia son totalmente distintos a cuando tienes algún momento tenso con tu peque de tres meses o cinco años o tu adolescente de 14 años).
Quiero también invitarte a ver qué hay detrás de tus pérdidas de paciencia: ¿Tal vez tu peque está en un día intenso? (que los tienen a veces, aunque tu estés alineadísima porque son seres distintos a ti y pueden tener un mal día, sentirse fatal, estar tristes por algo, aunque tú estés en el mejor de los días), ¿Estás muy cansada o preocupada?, ¿Te sientes mal físicamente?, ¿Sientes que te falta algo que te de sentido además de tu maternidad? ¿Los deseos tuyos y de tu hijo están yendo por lugares distintos y te agobias? (Ejemplo, tú quieres que juegue en el arenero un rato y él decidió correr por cada rincón del parque).
Reconocer y separar lo que hay detrás de esas impaciencias te ayudará a ponerles un nombre en primer lugar, a traducirlas y a, por lo menos, poner en la lista las acciones que necesitas tomar para auto maternarte y cubrir tu propia necesidad; después de esto te será más amable sostener a tu pequeño.
El agotamiento excesivo y la ausencia de espacios propios (a veces tan básicos como comer y bañarte tranquila, hacer alguna actividad que no tenga que ver con maternar y que te encante), justos y necesarios, son directos detonadores de la impaciencia. Entonces, además de leer, escuchar y anotar tips sobre la importancia que ella tiene, e incluso junto a los intentos de seguir los pasos para mantenerla en los momentos de crisis, escúchate atentamente, querida, porque tus sentires y pataletas también tienen un porqué que tienes derecho a – y ¡te ayudará! – entender.
Te comparto algunas preguntas de reflexión para ver qué hay detrás de tus momentos de impaciencia:
¿Cuándo pierdes especialmente la paciencia?
¿Qué haces y cómo reaccionas cuando la pierdes?
¿Cómo sientes el cuerpo y la mente justo antes de perderla?
¿Sientes que la pierdes a veces o te sientes literalmente en un momento de tu maternidad en el que te falta siempre?
Nuestros hijos están aprendiendo y necesitarán MUCHAS repeticiones; no estamos acostumbradas a eso en este mundo, en nuestros modos de vivir actuales. La paciencia es algo super sutil y sofisticado, requiere autoconocimiento y atención plena, pero sobre todo reconocimiento de qué te detona, qué te saca de tus casillas. negar esto o esconderlo se nos da la vuelta.
En lo personal yo he observado que mi paciencia a las 7 pm ya está en sus últimas gotas. Me he dado cuenta de que cuidar la hora de dormir le hace bien a mi hijo y también a mí que necesito reponerme para entregarle gran parte del día y hasta algunos momentos de la noche cuando me pide agua o pipí. Atender nuestras necesidades es esencial para cuidar (y esto no es adultocentrismo, es cuidado e ir enseñando que mamá también importa). Y se lo dejo saber claro: Hijo ya no doy más, es hora de dormir, uno porque te hace bien, lo necesitas y dos porque ya te entregué todo lo que hoy podía; necesito descanso o tiempo a solas. También he descubierto que cuando tengo días sin escribir -para mí escribir es respirar- me siento mucho más impaciente e intolerante así que cuidar los tiempos de escritura, en mi caso es clave.
Los límites son importantes para cuidar los estallidos nuestros: si decimos a todo que si durante un día esto no le hará bien a los peques ni a nosotras; lo natural es que acabemos agotadas de dar y a punto de explotar. Administrar lo que damos e ir cuidando lo que nos damos es medicina preventiva.
La impaciencia no necesariamente se tiene que convertir en impulsividad o en la tan temida agresividad. Ver qué hay detrás de ella es justo lo que cambia las cosas del cielo a la tierra. Pido para ti, para mí y para todas, que la tan temida impaciencia sea para nosotras maestra.
Daniela Méndez es psicóloga psicoanalista, dedicada a la psicología femenina y autora de Prometo Amarme. Una de sus motivaciones más importantes es descubrir cómo vivimos las mujeres la experiencia de maternidad. La puedes encontrar en su Instagram: @espaciodanielaalma y en su página web: danielaalma.com
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