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Las locuras que he hecho siendo mamá
Por Daniela Méndez
Creo que la locura es parte de la maternidad, de hecho, estoy convencida de que nos hacemos madres en un momento en el cual ella, en su lado más caótico y mágico, nos invade, en el que nada se piensa y no se sacan cuentas.
Y me refiero a locura cuando hacemos eso que creíamos que “ni locas” íbamos a hacer alguna vez. Cuando quizá veíamos a otra mamá haciendo -o diciendo- algo y nos resultaba INIMAGINABLE para nosotras en algún punto de nuestra historia. También me refiero a locura cuando tomadas por las hormonas o con la atención en mil lugares, hacemos lo más insólito de este planeta encontrándonos con una yo desconocida, hasta un poco -o muy desquiciada- para esa yo que, hasta el momento, conocíamos casi de pies a cabeza.
Y es que acá hay algo importante, querida: a veces a lo desconocido lo llamamos locura, a lo que se aleja de lo familiar: loco y si nos enfrentamos a algo en todo este camino de ser mujeres madres es a lo desconocido, a lo no familiar, es decir, a lo loco, a lo desquiciado, a lo sorprendente e inesperado.
Locura ha sido guardar el control del televisor en el congelador o ponerme dos lentes de contacto en el ojo derecho -porque se me había olvidado que ya me había puesto uno- y querer ir a reclamar a la óptica porque me los hicieron mal. Siendo madre, con todo el sueño que tengo acumulado del que solo me despiertan el amor y los sueños, he metido cosas en lugares insólitos y he hecho cosas insólitas también como esto de los lentes que me dejó entre sorprendida, preocupada y muerta de la risa.
Otra de mis locuras fue dar teta por más de tres años porque yo, antes de ser madre, por ejemplo, veía a mis queridas Caro y Claudia, dando teta por dos años a sus peques y las veía unas diosas. Las admiraba, las apoyaba, pero no me pasaba por ningún lugar de mi ser estar yo, en el lugar de ellas alguna vez. Dar teta en cualquier lugar con la mayor relajación: sentada en una acera, en un carrusel, dando una clase o una consulta y caminar después con una teta afuera porque se me olvidó acomodarme la polera, es algo de lo que con seguridad no soñé alguna vez.
Locura también es meterme en el baño a comer un helado tranquila y a solas o salir a la cita de los viernes de una vez al mes con mis amigas y sentir que vuelvo a los 25 y que yo llego a ese bar cueste lo que cueste, cantando Libre Soy (el tema de Frozen) a tomarme la piña colada que imagino al frente.
También he hecho locuras como desobedecer a pediatras o llevarle la contraria a maestras; seguir mi intuición sin explicación. Investigar sin parar buscando esa respuesta que grita esa sabiduría que sé que tengo, que siento que habita en mí.
Locura es gritar en el parque cuando siento que mi hijo se escapa de mi campo visual o como me pasó una vez, subirme a lo alto de un juego porque un niño lo planeaba empujar desde arriba a salvarlo sin pensarlo. Mi yo del pasado me ve en esas y se queda atónita… yo gritaba poco antes de ser madre y ahora en las plazas grito más de lo que habría imaginado en mi maternidad yogui o zen.
Locura es también cuando termino de trabajar a las cuatro y, entre ir a comerme un helado a solas y buscar a mi peque para llevarlo al parque, me veo eligiendo ir a buscarlo porque así es también, la locura a veces me lleva a esconderme en el baño o en algún rincón de la ciudad o la casa sola por un rato y otras a elegir ¡por encima de todo! estar con mi pequeño, con mi familia, con los seres humanos que quiero y admiro, poner el tiempo y los afectos sobre cualquier otra cosa.
Y sí, me desconozco a veces en mi yo mamá, cuidando y eligiendo más allá de mi propio bien, mi poder y espacio. Y el desconocimiento me lleva a sentirme rara y feliz y sorprendida de mi nueva cordura, porque sí, amada mujer, la locura de la maternidad quizá es un nuevo modo de cordura.
Esta nueva cordura también me lleva a cuidarme o pedir ayuda cuando siento que la locura maternal me está haciendo sobrepasar los sanos límites o a abrazarme en este momento de orden distinto a lo planeado, en esta vida a una velocidad que no imaginé, para simplemente decirme: es tiempo de esto ahora, Daniela, ya habrá tiempo de caminar lento, hablar bajo y poner cada cosa en el lugar indicado.
Daniela Méndez es psicóloga psicoanalista, dedicada a la psicología femenina y autora de Prometo Amarme. Una de sus motivaciones más importantes es descubrir cómo vivimos las mujeres la experiencia de maternidad. La puedes encontrar en su Instagram: @espaciodanielaalma y en su página web: danielaalma.com
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