Esta pandemia nos dejó en casa, puso en pausa la vida, paralizó la economía, nos obligó a cuidarnos y a cuidar del otro, en especial de aquellos más vulnerables, como la única manera realmente efectiva de mantenernos a salvo y con vida. Esto nos obligó a detenernos para observar y reflexionar acerca de los principios, valores y modos de convivencia, volviendo bastante urgente una revisión y cuestionamiento de estos.
El aumento de las denuncias de violencia de género revelan la necesidad de reemplazar modos de convivencia marcados por la violencia y agresión, por lógicas de competencia y apropiación. Ojalá esta crisis sea aprovechada por nosotros para crecer como comunidad humana, aprendiendo a colaborar, respetar y cuidar.
Ética del cuidado
Toda práctica humana está inserta en una ética, basada en principios y fundamentos en constante revisión, desde los cuales se despliega una conducta, teniendo en cuenta las implicaciones y efectos que estas tienen sobre nosotros mismos y nuestra comunidad. En este sentido la pandemia del coronavirus nos invita a levantar, rescatar e instalar una ética basada en el cuidado; haciéndonos responsables del impacto que tienen nuestras decisiones y acciones, en nuestro bienestar y el de nuestro entorno familiar, social y natural. Esta es la gran lección que estamos practicando todos los días.
Al aplicar este principio a nuestra crianza, hacemos de esta tarea un terreno fértil para sembrar hábitos de respeto en la convivencia basados en el entendimiento de los límites del otro, en la empatía y la acción benévola, es decir, que produzca bienestar y no daño en quien la recibe.
Cuando incorporamos estos valores en nuestra convivencia cotidiana, la disciplina se vuelve un acto natural y no una imposición puesta desde fuera y vivida como un ataque a la autonomía e independencia. Si nuestros hijos han crecido teniendo la experiencia de ser escuchados, validados y cuidados, serán capaces de escuchar, validar y cuidar. Comprenderán los argumentos cuando les pedimos que hagan o dejen de hacer algo, pues este argumento se sostendrá en una relación de confianza y seguridad.
Muchas veces el problema es que los padres ponemos límites o intentamos enseñar disciplina desde el poder, la imposición y en ese sentido el atropello de la subjetividad de nuestros hijos, ante lo cual recibimos una respuesta que va en la misma dirección; ganar, oponerse, luchar y agredir.
Puede sonar idealista y romántico, pero es verdaderamente efectivo y en la práctica funciona muy bien. El problema es que menospreciamos el poder del afecto y el cuidado en nuestros vínculos. Nos dejamos llevar por la lógica autoritaria del “porque yo lo digo”, “porque sí”, “obedece”, “cuento hasta 3 y te castigo”, etc.
Enseñemos educación emocional, aprendamos a hacernos cargo de lo que sentimos y lo que hacemos con ello, posibilitemos la expresión de nuestras necesidades afectivas, habilitemos un diálogo empático y comprensivo del otro, distinto de mí, pero no menos válido. Creo que esta es la llave para que en las generaciones futuras pueda haber menos violencia, menos abuso, menos bullying y más colaboración.
¿Cómo aplicarlo?
Lo resumiré en 5 pasos que puedes implementar en el día a día, requieren más tiempo, pero a la larga te evitará muchos problemas:
• Escucha la necesidad afectiva de tu hij@.
• Valida lo que está sintiendo, muéstrale que lo entiendes.
• Ofrece contención emocional y regula tu propia respuesta afectiva.
• Invítalo a reflexionar, sin crítica, juicios ni castigos.
• Lleguen juntos a una solución que integre la emoción y no la pase a llevar y que resguarde el bienestar de ambas partes.
Javiera Donoso, psicóloga especialista en reparación emocional y temáticas de autocuidado y autoestima.
Instagram: @javidonoso_amorpropio