Por Daniela Méndez
Obviamente no todos los papás lo hacen todo bien ni son “buenos” siempre, no son perfectos y hay papás terribles sobre la faz de la tierra. No es tema de esta columna santificar a los padres o negar realidades, si reflexionar sobre la humanidad que me gusta mucho recordar para nosotras: no somos perfectas, ni nos hace bien intentarlo o pretenderlo. Así como tampoco es sano creer que existe EL padre perfecto sobre la faz de la Tierra, lo cual no implica que tengamos que soportar lo insoportable ni lo injustificable.
El punto de esta columna es reflexionar juntas sobre las cosas que hace bien papá, esté junto a nosotras o esté lejos de nosotras, si es que nos hemos separado. Quiero aprovechar de invitarnos a separar ese hombre pareja o amante que se diferencia en algunos aspectos del hombre padre. Quiero invitarnos a aprender a mirar y reconocer, más allá de nuestras heridas, eso que ¡gracias a la vida! el padre de nuestros hijos hace muy bien, aunque lo haga distinto a nosotras.
Una de las cosas que más nos cuesta en ocasiones es delegar porque sentimos-creemos que nadie más sobre la Tierra hará las cosas como nosotras… ni siquiera papá. Es verdad que como nosotras no lo harán. También es verdad que lo harán a su manera, distinta, también valiosa, que nuestro peque necesita ver y sentir otras manos, otras maneras y que a nosotras nos hará bien soltar, dar un paso atrás y soltar la capa de super mamás.
Yo te confieso que el padre de mi hijo hace muchas cosas muy bien y hoy quiero compartirte algo muy bonito que hace MUCHO mejor que yo: ¡Jugar! Se juega la vida; antes yo creía que al lado de otras labores de cuidado como el baño o preparar la comida o la colación, jugar era lo más “genial”, lo más “fácil”, “relajado” y “divertido”. Pero descubrí que no, que a veces jugar es un GRAN trabajo, requiere de una paciencia enorme, de una atención plena inmensa y puede dejarte tan agotado como hacer el aseo en un departamento. Él logra llegar a los lugares, cumplir con las responsabilidades, jugando. Yo soy más de diálogo, de explicaciones, de ir contando el porqué de las cosas, y en esos diálogos y reflexiones logro llegar a tiempo al jardín o al doctor.
¿Es mejor jugar o dialogar? Pues ninguna de las dos cosas. Cada uno tiene su estilo y yo, que muchas veces me sentí por encima de él, debo reconocer que él lo hace también muy bien. Y si, yo me he sentido superior a él… ¿Te ha pasado a ti también? Y esa superioridad no me ha ayudado… Necesité abrir la mirada, volver a mirar como dice Felipe Lecanalier, para darme cuenta de que él, tanto como yo, estaba y está en un profundo aprendizaje y transformación. La paternidad, como la maternidad, atraviesa la vida y es un continuo intentar y fallar.
Te dejo otro ejemplo cotidiano: la mamá de Isa la peina hermosa y perfecta, por decirlo de alguna manera. Ella, algunas veces por semana por temas de trabajo, se va muy temprano y papá, que no es tan “bueno” peinando, lo hace. No queda tan “prolija” como cuando lo hace ella, pero se desborda en amor y paciencia con la pequeña. En este caso da igual el peinado, da igual decir: es que tiene que aprender a hacerlo, él puede, si yo puedo… él también… ¿Es tan importante que sean capaces de peinar igual o mejor que nosotras? … (Aunque te cuento que una vez conocí a un papá que peinaba a las nenas como todo un profesional).
El punto es que a veces no importa tanto la manera establecida por nosotras, hay cosas de forma que no son tan relevantes como el fondo: el amor, el cuidado, los valores en los que no transamos ni él ni nosotras, en los que sí es importante estar alineados y que están detrás, más allá de cómo peinamos, a qué jugamos, si cantamos o hablamos más o menos.
A nosotros nos pasa, por ejemplo, que yo soy un poco freak combinando la ropa. Mi compañero en eso tiene una manera más creativa, por llamarlo de alguna manera, y cuando siento que me tirita un ojo, me digo: ¿Es tan importante? ¡Pues no! Simplemente presta atención a otros espacios: en lugar de invertir tiempo en combinaciones se van a la aventura, a poner gasolina o a lavar el auto, cosas que a mí no se me había ocurrido hacer con Ignacio y llegan descombinados ¡según mi criterio! pero inmensamente felices.
Para maternar y paternar en alianza y no en competencia, es importante reconocer que los dos tenemos maneras distintas, que hacemos algunas cosas mal, otras muy bien, que no tenemos que hacer las mismas cosas para realmente distribuir equitativamente las cargas.
Yo quiero invitarte querida, como me he invitado y me invito a mí muchas veces mientras observo al padre de mi hijo, a reconocer lo que ese compañero hace bien, a observar y valorar su esfuerzo, su compromiso, a cultivar el agradecimiento porque aunque ser un buen padre no es motivo para ser elevado en los altares, se siente bonito cuando te dan las gracias aunque lo que estés haciendo te corresponda o ¿no nos sentimos plenas cuando nuestra pareja, expareja o hij@ nos dicen: Gracias, mamá… o gracias, amor.
Reconocer eso que hace bien, agradecerlo, felicitarlo, puede ser un puente para dialogar y transformar juntos, desde una relación horizontal, la paternidad, la maternidad, la pareja o esa familia que de una u otra manera siguen siendo, aunque vivan en distintos techos.
Daniela Méndez es psicóloga psicoanalista, dedicada a la psicología femenina y autora de Prometo Amarme. Una de sus motivaciones más importantes es descubrir cómo vivimos las mujeres la experiencia de maternidad. La puedes encontrar en su Instagram: @espaciodanielaalma y en su página web: danielaalma.com