Durante años, quienes somos educadores, hemos podido vislumbrar el tremendo error en el enfoque que hemos tenido en nuestra educación formal.
¿Por qué? Porque las fichas han estado puestas en los contenidos, la memoria, la repetición y el discurso. Porque ha sido una educación adultocéntrica, antigua y fuera de contexto. Porque aún hay profesores a los que les llegan las planificaciones anuales, sin conocer siquiera su grupo de alumnos. Porque llevamos años repitiendo modelos obsoletos y copiando cosas de modelos exitosos, pero sin tomar en consideración todos los elementos.
Sin embargo, la llegada de esta nueva pandemia del COVID-19, que nos ha obligado a respetar varios días de cuarentena, y ha dejado en evidencia muchas de estas falencias, se presenta como una gran oportunidad para que como sociedad le demos énfasis a lo realmente importante en cuanto a educación. Es un cambio de paradigma, que nos invita a replantearnos la pregunta: ¿qué queremos formar? ¿Qué ideal de hombre y sociedad formarán nuestros alumnos?
Es aquí donde cobra mayor sentido el protagonismo de las educadoras de párvulos (al menos quienes queremos trabajar en consciencia y responsabilidad), que debemos formar desde la base, a través de herramientas que les permitan a los niños acercarse al conocimiento con valentía, perseverancia, respeto y permitiendo comunidades de aprendizaje, crecimiento y experiencias positivas, en contextos en donde sean considerados, lo que permite que los aprendizajes de los niños sean significativos para ellos y siempre con otro. Porque si hay algo que el Coronavirus nos ha demostrado, es que no somos islas y nos necesitamos para sobrevivir y que si queremos salir airosos, deberemos hacerlo entre todos.
Es por esto que mi llamado a los profesores y padres apoderados (que están haciendo esfuerzos más allá de lo imaginado por mantener las clases online) es a cambiar el foco, a buscar estrategias dentro del hogar, en la cotidianidad de la vida en familia para que nuestros niños aprendan lo más importante y necesario, lo que les servirá para la vida y para enfrentar los retos y desafíos de este siglo XXI, formando una sociedad mejor, reformada, más solidaria, comprometida y acorde a lo que hoy se muestra como la gran falencia.
Cambiar el foco
Como educadora de párvulos desde hace más de 30 años, creo necesario reflexionar sobre algunos detalles.
Cuando está en riesgo la vida de las personas (jóvenes o adultos mayores) éste es un bien superior, por lo tanto, si se pierde el año escolar, sin duda, no es tan importante como perder una vida. Pero ¿Qué es “perder” el año escolar? ¿Por qué no cambiamos el foco? Se insiste en que debemos unirnos para derrotar esta pandemia, pero la presión sobre las familias aumenta: teletrabajo, niños en la casa, tareas online, ¡pruebas a niños de pre-kínder! Una aberración tras otra.
En momentos de encierro, incertidumbre laboral y económica, lo peor es sobrecargar a las familias con deber ser profesores de sus hijos (con el deterioro en las relaciones que esto supone en muchos casos). ¿Por qué no concentramos nuestros esfuerzos en contener, ayudar y girar los aprendizajes que los niños deben tener hacia los realmente importantes?
¿Cómo hacerlo?
La mejor oportunidad para aprender a vivir y convivir con otros es al interior de cada familia, y hoy, debido a la pandemia del Covid-19, esto se ha transformado en una obligación.
Si lo que necesita nuestra sociedad de forma urgente es la empatía ¿Por qué no trabajar esto con nuestros niños en la casa? Tal vez con pequeños detalles como éste, para los próximos años y próximas pandemias estaremos mejor preparados como sociedad.
Si nuestros niños tienen baja tolerancia a la frustración, este es un momento increíble para trabajarla, ¿qué más claro que la frustración que nos produce no poder salir a jugar, visitar a amigos y primos y tener que quedarnos encerrados en la casa? Es bueno destacar los avances que día a día están haciendo nuestros niños en esto. Mostrarles que lo que no es posible ahora es por un bien mayor y ser consistentes en eso (porque estamos obligados) es la mejor escuela.
Tanta sobrecarga de estímulos externos, muchas veces no deja que nuestra imaginación y creatividad fluya, este es un excelente momento para trabajar eso a diario con los niños: dentro de la casa, con recursos acotados (y sin poder salir a comprar), seguro que le damos más de un uso a algo que con certeza no hubiéramos considerado en tiempos normales.
Bien decía una precursora de la educación María Montessori, que los quehaceres del hogar eran una estupenda oportunidad para que los niños desarrollen destrezas y habilidades necesarias para etapas posteriores: hacer la cama , poner la mesa, recoger y ordenar juguetes, emparejar calcetines, doblar toallas, limpiar vidrios, sacudir, apilar; son actividades que, sin necesitar lápiz y papel y aburridas guías, le ayudarán al niño a descubrir nociones espaciales, correspondencia uno a uno, agrupación por criterio, movimientos que darán firmeza en el trazo, etc. ¿Para qué llenarlos de tareas que los padres deben monitorear si podemos hacer las cosas cotidianas más significativas y entretenidas (además del aumento de autoestima que significa ser útil en mi casa)?
Si estamos en etapa de inicio o práctica de lecto escritura, ¿qué mejor que leer recetas? Elegir los ingredientes (comprensión lectora), medir (ciencia), contar cucharadas (matemáticas).
Son tantas las posibilidades que nos da esta cuarentena, tantos los aprendizajes que los niños podrán adquirir, tantos los recuerdos positivos que podremos lograr, que debemos aprovecharla como una oportunidad única.
Y si se “pierde” el año escolar, se atrasan seis meses los contenidos proyectados, la pregunta es: ¿qué son 6 meses en el contexto de una vida? Lo importante es salir de esto y tener la tranquilidad de haber colaborado a un bien mayor y colectivo.
Marcela Valdivia
Educadora de párvulo. Magíster en educación y familia.
Directora Jardín Infantil Andalué