Madres
Mi hijo no quiere obedecer
Pensemos en la rutina diaria de nuestro hijo: Duerme donde tú le dices, a la hora que le dijiste, se levanta cuando lo despiertas, va al colegio que decidiste que fuera, participa en la rutina que la profesora le indica, va al baño cuando le dan permiso, sale a recreo cuando suena a campana, come a la hora de almuerzo, vuelve a la casa cuando vas por él. Te sientas a ayudarlo en las tareas y no quiere ir a hacerlas. En ese momento piensas ¡mi hijo es un desobediente!, pero ¿lo es?.
Muchas veces, nuestras rutinas aceleradas, nuestra necesidad de inmediatez, nuestra costumbre a obtener lo que queremos siempre y nuestra poca paciencia hace que juzguemos ligeramente a nuestros hijos y no observemos a cabalidad el contexto.
La mirada de la madre nos hace visibles, un niño que no es mirado por su madre no puede sino sentirse invisible y carente de autoestima, es importante que pongamos énfasis en nuestra mirada amorosa hacia ellos y que dejemos de mirar lo que no es importante para darle paso a lo que verdaderamente construirá la personalidad de nuestros pequeños: conversaciones luego del trabajo, evaluar lo mejor y peor del día con nuestros niños, dejar el celular en la entrada de la casa para conversar cara a cara, largas conversaciones a la hora del té y otras practicas olvidadas, ayudarán a que la relación con nuestros niños vayan construyéndose adecuadamente y en confianza con sus padres.
Es importante recordar que la misma relación que tenemos con nuestros pequeños mientras lo son, será la que tengamos con ellos cuando sean adolescentes. De hecho, la queja de tu hijo adolescente será la misma queja que tenía hacia ti cuando tenía seis años, con la diferencia que a los seis años no se atrevía a decírtelo o cuando trataba lo mandabas a la pieza. A los 15 te dirá lo mismo que quería decirte entonces, pero más alto que tú y sin miedo.
Entonces el llamado es a ser justos con nuestros niños, valorar verdaderamente sus esfuerzos, mirarlos para que sientan que son merecedores de cariño y que deben exigir el mismo trato a todas las otras personas de su entorno, tratarlos amorosamente incluso cuando se “porten mal” porque será ahí cuando más nos necesiten, abrazarlos más, jugar más con ellos para conocer su lenguaje y sus miedos, para que de esa manera podamos cultivar una mejor relación que será cosechada en el futuro. Seguro que de esa manera será un agrado tener hijos adolescentes y voluntariosos.
Varinia Signorelli C.
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