Nací un 3 de octubre del año 1994, en la ciudad de Talca por parto normal. Me cuentan mis padres que mi diagnóstico no se detectó en ecografías, al nacer me revisaron y le dijeron a mi madre que yo jamás podría caminar, y que estaría en estado vegetal postrada en una cama. Sin embargo, mis padres no se quedaron con ese diagnóstico y buscaron una segunda opinión.
Fue así como llegaron a una interconsulta al Hospital Calvo Mackenna con una genetista, quien les explicó en qué consistía la acondroplasia, una mutación genética que afecta la velocidad y forma de crecimiento de los huesos largos de las extremidades, que como resultado ocasiona baja estatura.
Pese a esta condición, siempre hice mi vida de forma completamente normal junto a mis padres y mi hermano diez años mayor. Nada se adaptó a mi altura, simplemente me regalaron una banquita con la que podía alcanzar todo.
Todos los años medían la circunferencia de mi cabeza y debía controlar mi crecimiento y peso en un control médico.
Primer día de clases
Pasó el tiempo y llegó el momento de entrar al colegio. Mis padres querían que ingresara al mismo colegio de mi hermano mayor. Cuando me llevaron a dar la prueba le dijeron a mi papá que no podía darla, porque era muy pequeña y les “complicaba”.
Ante esto, mi padre insistió en que me permitieran dar la prueba y en caso que me fuera mal, no insistiría. Respondí todo correctamente, al punto que la educadora quedó sorprendida.
El primera día de clases llegué feliz y muy emocionada al colegio. Le dije a mis padres que se fueran, que estaría bien. Incluso intentaba calmar a mis compañeros que lloraban, contándoles lo bien que lo pasaríamos haciendo tareas y juegos. Amaba dibujar, pintar y sobre todo bailar.
Por supuesto que mi estatura no pasó desapercibida para mis compañeros, que preguntaban por qué yo era pequeña. Sin embargo, nunca me complicó responderles.
“Si miras tus manos todos tus dedos son diferentes, unos más altos otros más pequeños, unos más gordos y otros más flacos. Pues yo soy más pequeña”, les explicaba muy didácticamente y me entendían muy bien.
Y así continué en el mismo colegio hasta terminar enseñanza media.
Adolescencia
Todos estarán de acuerdo con que la adolescencia es una de las etapas más difíciles de la vida en un ser humano. Y yo no fui la excepción.
Podría decir que ha sido una de las etapas más dolorosa de mi vida. Me hicieron sentir diferente cuando el chico que me gustaba me rechazó por ser pequeña. Veía a mis amigas con sus parejas y pensaba que yo jamás tendría una.
Mientras tanto la vida continuaba. Decidí estudiar Ingeniería Comercial. Estudié cuatro años en Talca y termine el último en Santiago para poder trabajar y estudiar a la vez.
Una vez titulada fui a varias entrevistas de trabajo. En varias no quedé por ser pequeña y otras yo misma las descarté por ser muy baja la renta ofrecida. Hasta que finalmente entré como ejecutiva de cuentas en un banco.
Esto me permitió independizarme. Al comienzo viví con familiares, luego pude arrendar con unos amigos, para finalmente comprar mi propio departamento en Santiago.
Hace dos años llegó el amor a mi vida y comencé una relación de pareja con alguien de mi misma condición. Y cuando menos lo esperaba, supe que iba a ser mamá.
Carmen Charlot Carrasco Maureira
Ingeniera comercial y madre “talla baja” de Pablito
Instagram: @maternidadentallabaja