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La travesía de viajar 16 horas sola y con un bebé

Una de las cosas que me quitó el sueño este año, más que el trasladarse por unos meses a vivir otro país, fue el tener que viajar sola con mi hija de casi dos años. En los vuelos anteriores, mi mayor preocupación era mudar y amamantar, y mi marido era el encargado de la logística: dejar el coche en la puerta del avión, ubicar las puertas de embarque, hacer el check in y llevar los pasaportes.

Ya en pleno vuelo, nos dividíamos las tareas y nos turnábamos para mudar, pasear, comer, leer, ir al baño y descansar, todo un equipo al momento de volar.

Pero ahora el escenario era distinto. Por primera vez estaríamos las dos solas, durante 16 horas, en un avión que nos llevaría de Santiago a Roma, para seguir a Bologna, donde nos esperaba mi marido que se había ido un mes antes a estudiar un magister y preparar nuestra llegada.

Antes del embarque

La noche anterior, después de cerrar las maletas, repasé punto por punto todo el arsenal de entretención y colaciones. Llevábamos juguetes, libros de pintar nuevos y antiguos, lápices de colores, iPad con capítulos de Peppa Pig descargados. Esa noche la ansiedad ganó y dormí la nada.

Al otro día desperté a mi beba a la hora habitual, quería que ella sintiera un poco su rutina diaria, para que estuviera lo más  tranquila posible en el avión.

Nos fuimos al aeropuerto con las abuelas, mientras pensaba que me podía faltar en las maletas y en el bolso de mano. No se si estaba nerviosa, tenía un cúmulo de sentimientos, ya que después de un mes estaríamos los tres juntos, y para que eso ocurriera teníamos que viajar muchas horas.

Al despedirnos de la familia, entendí que debía ir atenta a todo, con “los ojos bien abiertos”. Cómo iba con una menor de dos años, no hice fila en Policía Internacional, me explicaron muy bien los trámites que debía hacer para estar en Italia por cinco meses y no tener problemas con migración.

Mientras esperábamos embarcar, nos paseamos con tranquilidad, recorrimos algunas tiendas y compramos un juguete; mientras tanto, toda mi red de apoyo me llamaba y me enviaba mensajes , así que solas no estábamos.

Mi hija jugaba con sus juguetes, yo me mentalizaba  que solo serían un par de horas, y en la medida que mamá estuviera tranquila, ella también lo estaría. Obviamente se aburriría un poco, pero encontraríamos la forma de solucionarlo, las mamás tenemos una tremenda imaginación, capaces de crear cuentos y canciones.

16 horas de vuelo

Al momento de subir al avión íbamos tranquilas y de la mano. Nos ubicamos en el asiento y entablé una pequeña relación de cordialidad con nuestro compañero de fila, quien fue muy amable, incluso con su cara de resignación cuando se dio cuenta que viajaría al lado de una niña de un año y nueve meses.

Contrario a lo que pensaba, el viaje se me hizo corto; le puse pijama, fuimos al baño, la mudé, nos lavamos los dientes, pintamos y se durmió un rato. Después despertó un poco exaltada, pero seguíamos jugando. Hubo un berrinche épico, yo no estaba acostumbrada, una pasajera nos ofreció ayuda y pude contenerla sin problema.

Durmió cinco horas continuas. Aproveché de ir al baño, me tomé un litro de café. No acostumbro a dormir cuando viajo con mi bebé, me gusta ir atenta cien por ciento.

Lamentablemente la tripulación no fue muy eficiente, no respondían a mis  llamados cuando necesitaba agua caliente y el menú de niños, solo estaba disponible para mayores de dos años. Como le habíamos comprado asiento solo para ella, le adapté la comida de adultos y le armé un menú, con frutas, yogurt y galletas. Después de comer, se dormía en mis brazos y veíamos películas.

Cuando hicimos escala en Roma, el cansancio era evidente. Me conecté a la red Wifii del aeropuerto, y me reporté con mi familia. En esas dos horas nos paseamos y recorrimos. Solo nos quedaba una hora de vuelo hasta nuestra nueva ciudad. Nos subimos al avión y nos  quedamos dormidas.

Pero al llegar, mi hija estaba tan cansada que no paraba de llorar y solo quería estar pegada a mi. Estaba un poco complicada para retirar las maletas y el coche, pero para mi tranquilidad comprobé que siempre hay personas amables dispuestas a ayudarte. Recuerdo que abracé a mi hija, habíamos cumplido el objetivo: estábamos llegando a la que sería nuestra casa por los próximos cinco meses.

Saludos desde Bologna, Italia.

Carolina Martínez Fernández.
Mamá viajera

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