El embarazo de mi hija Laura fue muy bueno. Subí poco de peso, no me sentí mayormente mal (salvo al principio), mi guagua estaba de cabecita y mis exámenes estaban perfectos. Por eso pude hacer mi vida normal durante las 40 semanas de gestación.
Eso sí, debo reconocer que alrededor de la semana 38 ya estaba un poco nerviosa, porque no sabía cómo era una contracción, cuándo iban a empezar las verdaderas y me asustaba un poco la idea del parto. Sumado a que a esta altura paraciera que quienes están a nuesro alrededor, se ponen más ansiosos que una y comienzan a invadir con preguntas del tipo: “¿Ya poh, y?, ¿No pasa nada aún?, ¿Para cuándo tienes fecha?”.
En fin, era un 27 de agosto y justo ese día cumplía 40 semanas y, según yo, “no pasaba nada”. Solo me dolía un poco la espalda baja, pero nada terrible. Eran alrededor de las 18 hrs, estaba sentada en el computador y cuando me levanté a hacerme un té, se me rompió la bolsa. En un principio pensé que era el tapón mucoso, ya que la matrona me había dicho que seguramente lo perdería en esos días. Pero, al darme cuenta de que salía mucho líquido, llamé a la matrona y me dijo que me duchara tranquilamente si quería y que fuera a la clínica.
Recién ahí comencé a tener pequeños dolores. Pensé en ese momento que a lo mejor mis amigas habían exagerado en cuanto al dolor, porque de verdad no me dolían casi nada las contracciones. Llegué a la clínica, mi matrona me examinó y me dijo que tenía que esperar un poco porque no estaba dilatada y que recién se estaba borrando el cuello uterino. Eran como las 19:00 hrs y me señaló que si todas las condiciones seguían normales y las contracciones aumentaban, Laura nacería antes de las 24:00 hrs.
Yo a esas alturas estaba feliz, porque no sentía mayor dolor y estaba próxima a conocer a mi hija. Alrededor de las 22:00 hrs me subieron a la sala de parto. La dilatación no avanzaba mucho, pero las contracciones aumentaban. Recuerdo que la matrona me dijo: “Tienes grandes contracciones, esto es lo máximo que te va a doler”. Si bien ya me comenzaba a molestar un poco más, aun no lo encontraba tan extremo.
Me pusieron anestesia y me relajé, solo había que esperar. Pasaban las horas y no avanzaba, empecé a preocuparme un poco. De pronto, en la máquina de monitoreo comenzó a sonar una sirena: los latidos de mi guagua empezaron a disminuir y escuchaba a lo lejos que mi doctor hablaba con la matrona. “Puede venir enredada”, escuché. Sentí mucho miedo, no sabía lo que realmente pasaba y solo escuchaba a ratos el ruido de la sirena que me alarmaba aún más. Me puse a llorar. Mi marido, que estaba al lado mío, me intentaba calmar, pero yo veía en su cara también preocupación.
Mi ginecólogo fue muy amoroso y dedicado y me explicó que era mejor hacer una cesárea porque los latidos estaban disminuyendo, que quizás el cordón la estaba apretando mucho, pero que estuviera tranquila. Obviamente calmada no estaba y lo único que quería era que me sacaran a mi guagua. Jamás puse en duda el criterio de mi doctor, sabía que era lo correcto y lo más seguro para mi hija.
Finalmente, a las 1:58 del 28 de agosto nació mi Laura. A pesar de que yo estaba llena de cables y con las manos amarradas, igual me la pusieron en mi pecho y fue la sensación más linda del mundo. Luego se la llevaron para limpiarla y hacerle su primer chequeo médico, el cual estuvo perfecto. Laura no estuvo ahorcada con el cordón, solo que no estaba encajada correctamente. El doctor me explicó que la cabeza tenía que estar en posición “piquero” y ella la tenía al revés, mirando para atrás. Por eso, nunca “encajó”.
Recuperarse de una cesárea
La recuperación de la cesárea es más lenta, cada vez que me paraba sentía que estaba partida por la mitad y me dolía muchísimo. Eso, sumado a la lactancia como madre primeriza, me tenía un poco angustiada, pero de a poco se fue pasando.
Lo que no se fue pasando fueron los primeros comentarios juzgadores, del tipo: “Seguro que tu doctor estaba apurado y por eso hicieron cesárea”, “los doctores prefieren hacer cesárea porque ganan más dinero”, “a los doctores les encanta meter cuchillo cuando no es necesario” y un largo etcétera. Me sentí un poco en la mira, sobre todo por amigas que son súper pro-parto y no dan su brazo a torcer frente a una cesárea, por muy ineludible que sea. En fin, comentarios iban y venían, pero yo sabía que mi operación fue necesaria y nunca me sentí pasada a llevar o poco respetada por esa decisión.
Parto normal, después de una cesárea
Cuando fui a visitar al doctor en mi segundo embarazo, de inmediato le pregunté si podía tener parto normal. Su respuesta fue que sí, pero que tenían que estar todas las condiciones perfectas para que sucediera: la guagua bien encajada, dilatación, etc. De todas formas, la cesárea también era una opción, porque hay una pequeña posibilidad que el útero salga dañado si es que las condiciones no son las óptimas.
Mi doctor en ese sentido fue súper responsable, me explicó los pro y los contra, pero no me obligó a tomar una opción. Me explicó que luego de una cesárea no se puede inducir con oxitocina, sino que todo se tiene que desencadenar solo. Mi segundo embarazo también fue bueno: mi Lukas se dio vuelta en el tiempo perfecto, me sentía bien, todo estaba bien encaminado.
Sin embargo, el término del embarazo fue distinto. Alrededor de la semana 36 comencé con muchas contracciones, por lo que me mandaron a descansar y “a bajar las revoluciones”. A pesar de que eso fue lo que hice, las contracciones no cesaron. No eran dolorosas, pero mi útero estaba muy activo y preparándose para el parto. Yo tenía recuerdos de las contracciones del embarazo pasado: aún tenía la idea de que no iban a ser dolorosas y que mis amigas habían sido algo exageradas cuando me describían el dolor.
Sin embargo, cuando cumplí 39 semanas, las contracciones empezaron a aumentar en frecuencia de tiempo y empecé a sentir dolor. La última noche antes del parto no dormí nada, porque me dolía demasiado. Fue muy distinto en relación al embarazo anterior. Fuí a la clínica, pero me mandaron de vuelta, porque aún no había dilatación. No obstante, las enfermeras o matronas me miraban con extrañeza cuando les decía que quería parto normal, porque tras haber tenido una cesárea en el primer embarazo, lo más común es que el parto en el segundo embarazo también sea cesárea.
Al otro día rompí la bolsa y cuando llegamos a la clínica, estaba con tres de dilatación. Me dolían muchísimo las contracciones y pedía a gritos la anestesia. Es decir, un panorama completamente distinto al anterior. Tal como me lo explicó mi doctor, todo se fue desencadenando de manera natural, cada vez me fui dilatando más y pasó muy poco tiempo cuando me dijo: “Ya estamos”.
Me sentí siempre segura con mi marido al lado, dándome ánimo y con el equipo médico que estaba ahí. Mi Lukas nació luego de 20 minutos de pujes y cuando me lo pusieron en mi pecho sentí lo mismo que cuando nació mi Laura. A diferencia de la experiencia anterior, esta vez fue más doloroso, pero fue especial sentir que uno está “colaborando” para que el hijo nazca.
Recuperarse de un parto normal
Luego de nacido, me bajaron rápidamente a la pieza y pude estar con mis dos hijos y mi marido por mucho rato. Cuando me venían a revisar enfermeras y veían mi cicatriz anterior, me celebraban por haber tenido parto normal. Algunas casi me hicieron sentir como heroína. Pero lo cierto es que todo sucedió de forma natural, esto fue posible gracias a que las condiciones se dieron naturalmente.
La recuperación del parto normal es más rápida. No me sentía “partida en dos” como la vez anterior, aunque por un tiempo tuve algunas molestias al sentarme.
Tras haber vivido estos dos tipos de parto, puedo decir que ambas experiencias fueron maravillosas, diferentes y únicas. Mi cesárea fue necesaria y respetada. Me molestó mucho recibir comentarios negativos al respecto. Y mi decisión de tener a mi segundo hijo por parto normal, no se debió a esos comentarios, porque pese a todo siento que el parto normal siempre debe ser la primera opción para una mamá. Pero es importante estar al lado de un médico criterioso y prudente, que sepa que si algo anda mal, no dude en operar.
Creo que las madres se ponen bastante juzgadoras en cuanto al modo que tenemos de criar, de dar el pecho o incluso parir. En mi caso, sigo mi instinto y trato de hacer caso omiso a las opiniones. Como madre primeriza me afectaron más, ahora solo las escucho y algunas las tomo como un gran consejo y otras las dejo pasar.
No desconzco también que existen casos en que efectivamente la cesárea no es necesaria y que hay doctores que incitan a ella. Muchas mujeres se han sentido pasadas a llevar o han sufrido maltratos a la hora de parir. Pero también hay que tener en cuenta que muchas veces sí es necesario operar y que no por ello uno no tiene menos apego con la guagua. Es más, una madre después de una cesárea está adolorida y cansada y lo que menos quiere es sentirse mal por los comentarios de la gente por cómo trajo a su hijo al mundo. Es necesario dejar de lado las críticas, porque cada caso es distinto, cada embarazo es único y cada experiencia es propia de cada mamá.
Carol Jaeger
Profesora de Lenguaje
Mamá de Laura y Lukas
Instagram @charolojae