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Jugando a ser matemáticos

Por Claudia Godoy 

Existe el mito de que hay personas que nacen amando los números, dicen que desde la infancia los cálculos se les dieron y sabían las respuestas de los problemas sin reconocer el ejercicio inclusive. El mismo mito dice que cuando un niño va a hablando se va fascinando por contar, se maravilla con las formas y es feliz descubriendo este mundo matemático que lo rodea, ¿cómo ocurre entonces que ese pequeño enamorado de los números y las operaciones, se convierte lentamente en un adolescente que se aburre de las matemáticas y un adulto que las esquiva en cada momento?

He escuchado muchas veces madres y padres que me dicen “soy nula para las matemáticas, imposible que mi hijo sea bueno” “profe me cuesta ene entender esto” y tantas otras que revelan el dolor que les ha causado una asignatura, un dolor que transmiten y configura el escenario desde donde los niños ven la matemática.

Como adultos que guiamos el pensamiento lógico-matemático, debemos ser conscientes primero de este amor de los infantes hacia lo numérico y reconocer que estas sencillas oraciones pesan en ellos cual consigna mágica que te salva de entender lo que parecieses no entender, pero aquí está el mayor de los errores: los niños sí entienden el mundo matemático que les rodea. Los niños saben bien cómo resolver un problema, somos nosotros los adultos que no escuchamos esa forma y no buscamos si aquello aplica lógica, solo tratamos de que sume o reste, imponemos el algoritmo desde la pequeña infancia, sintiéndonos felices porque el pequeño sabe sumar. Pero no, debemos dejarle explorar, descubrir, contar con sus dedos, usar material concreto en el aula y, sobre todo, escuchar sus reflexiones, ayudarle a entender lo que dice y que eso haga sentido para que todos podamos comprender esa forma de resolver.

“Como adultos que guiamos el pensamiento lógico-matemático, debemos ser conscientes primero de este amor de los infantes hacia lo numérico”.

Recuerdo cuando hace años nos enseñaban las propiedades de la adición, honestamente nunca le encontré sentido alguno a aquello, menos en cursos de básica y es posible que ahora que lo menciono te estas preguntando cuáles eran esas propiedades: ahí está la prueba, no tienen utilidad como propiedad si no están aplicadas a un contexto y a muchas personas que enseñan matemáticas les cuesta entender este importante detalle. Porque nuestros niños dejan de ver la matemática con el amor del principio cuando las alejan de lo que ellos viven, de lo lógico, de lo tangible, comienzan a trabajar fracciones con fórmulas cruzadas, olvidan que estas son un número y las comienzan a ver como muchos números con lo que operan, y cuando debe aplicarlo en un problema, deja de tener sentido la aplicación. Y todos nosotros ayudamos con la regla fácil de multiplicar esto por aquello y olvidamos lo simple, lo real. Para que un niño aprenda, debe comprobar lo que se le está enseñando, ya sea las propiedades de la adición o las fracciones equivalentes, esto no existe en la mente de nuestros niños si no es probado por ellos.

“Los niños deben aprender matemática acompañados de nosotros”.

Los niños deben aprender matemática acompañados de nosotros, haciéndolo obligatoriamente mediante el juego, usando esquemas y materiales que les permitan experimentar, probar, equivocarse, mostrándoles las formas de comprender lo que hacen, que adquiera sentido para ellos. Y ahí, cuando descubren, escucharlos reflexionar, anotar sus ideas, que sientan que en el hecho de aprender matemática lo que piensan es importante, jugar a ser matemáticos tiene directa relación con escuchar el pensamiento e indagar en sus reflexiones, para que su sentido de descubrir comience a ser ejecutable en este mundo de signos y cifras. No podemos permitir que ese amor por los números se vuelva solo un mito.


Claudia Elizabeth Godoy Espinoza es madre de tres, Profesora de Educación Básica mención en matemática, Magíster en Educación y Magíster en Psicología Educativa.

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