Embarazo y parto
Interrupción voluntaria de embarazo: cuando el aborto se convirtió en nuestra decisión
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Al fin nos decidimos con mi marido: sí, queríamos tener otra guagua. Nos pusimos en “campaña” como suele decirse, es decir dejé las pastillas anticonceptivas y comencé a anotar mis períodos para poder calcular con mayor certeza mis días fértiles.
Fue así, como después de un par de meses, me hice un test de embarazo y salió positivo. Al ser una guagua super planeada nos enteramos cuando solo tenía 4 semanas, así que en la primera ida al ginecólogo me dijo que tenía que esperar un par de semanas para hacerme una ecografía y exámenes de sangre. De todas maneras, ese día en la consulta, me hizo una ecografía y me confirmó que estaba embarazada y que todo se veía bien.
En la ecografía de la semana ocho, vimos que solo era un “puntito con latidos”. Todo seguía bien, y los resultados de los exámenes también estaban “ok”.
Malas noticias
Las malas noticias llegaron en la ecografía de las “12 semanas”. Pongo en comillas porque es conocida así, pero en realidad es la que corresponde hacerse entre la semana 11 a la 14.
Estábamos tranquilos, escuchando atentos lo que nos iba diciendo el doctor y en las mediciones que realizan como son la translucencia nucal, el hueso nasal. Se veían las manos y piernas, el corazón latía, pero cuando llegó a la cabeza y la miró desde arriba, el ginecólogo comenzó a decirnos: “Aquí hay algo que no está bien”.
Mi corazón se aceleró, pero logré calmarme para tratar de entender bien lo que nos estaban explicando, pensando en algún momento que estaba malinterpretando esa frase. Pero a medida que nos empezó a explicar cómo debía lucir el cerebro de una guagua a esa altura del embarazo (forma de mariposa o nuez) y al mirar en la pantalla como tenía el cerebro nuestra guagua, se hizo real ese miedo que sentí cuando se aceleró mi corazón, porque en verdad nos estaban dando malas noticias.
La confirmación final vino con la respuesta del doctor a nuestra pregunta sobre si era incompatible con la vida.: “Sí, es incompatible”.
Las lágrimas comenzaron a caer por mi cara, sin parar por un buen rato, no quería soltar la mano de mi marido, estábamos viviendo la peor pesadilla que le pueden decir a unos padres en una ecografía, considerando además que es la ecografía para “salir del closet del embarazo”, como yo le digo, porque una suele esperar a tener 12 semanas (3 meses aprox) para empezar a contarle a todo el mundo, para hacer planes de pieza, ropa, posibles nombres de niño y niña, etc.
Y ahí estabamos nosotros, llorando, tratando de conversar y explicarnos bien lo que estaba pasando, chequeando cruzado si habíamos entendido bien, hasta “googleando” los términos médicos que habíamos escuchado (cosa que no recomiendo, pero la ansiedad y tristeza podía más que lo racional e igual lo hicimos).
El diagnóstico, tal como les dije, era incompatible con la vida. Es decir, podía pasar que nuestra guagua se muriera durante el embarazo o después de nacida, pero no se podía saber exactamente cuándo sucedería. Lo que sí pudimos averiguar es que en caso de nacer sería una vida muy sufrida, en realidad no sé si puede llamársele vida porque había algo estructural que nuestra guagua no tenía y por mucho amor, estimulación o terapias, no iba a salir adelante.
Fue así que comenzamos a hablar de la Interrupción Voluntaria de Embarazo (IVE), el término legal del aborto. La nueva ley, que lleva un poco mas de dos años de vigencia, habla de tres causales:
- Riesgo vital para la madre
- Incompatibilidad fetal y embarazo
- Caso de violación.
Nuestro caso caía en la segunda causal, con mi marido estuvimos seguros desde el comienzo de que ese era el camino que queríamos tomar, ya que averiguamos bien sobre el diagnóstico y también revisamos las ecografías de nuestros otros hijos, donde pudimos notar la evidente diferencia en el desarrollo del cerebro.
Con la decisión ya tomada y conversada con mi ginecólogo, nos reunimos a leer y firmar los papeles necesarios para que la clínica donde me atiendo “aprobara” el caso y pudiéramos agendar el procedimiento.
No fue fácil la espera, fueron ocho días desde tuve la ecografía hasta que llegué a internarme. En esos días hablé con las personas que ya sabían desde antes que estaba embarazada, para contarles que tras el diagnóstico, se había decidido interrumpir el embarazo.
Con las primeras personas que hablé, obviamente no podía aguantarme y lloraba “como Magdalena”. Me sentía tan mal por lo que nos estaba pasando, tenía tanta pena y rabia. Pero también, en paralelo a esta tristeza, la vida continuaba, tenía que estar bien para mis otros hijos, la casa tenía que seguir funcionando, los temas escolares también, etc etc.
El día “D”
Llegó el día, mi mamá se quedó en la casa con mis hijos, y con mi marido nos fuimos muy temprano a la clínica. Mi ginecólogo nos explicó en que consistía el procedimiento y nos dijo que iba a estar todo el día con nosotros, se portó excelente con nosotros.
Para inducir el parto me dieron un remedio, el cual iba a demorar unas 6 a 8 horas en hacer efecto y a medida que fueran pasando las horas se evaluaba si me daban más.
A las 7 u 8 horas comencé con las contracciones, fue un momento super difícil porque estas literalmente en trabajo de parto, pero con una guagua que sabes que no vivirá, sobre todo por nuestro diagnóstico y por las semanas de gestación que yo tenía.
Voy a saltarme los detalles, pero sí les contaré que tuve que ir a pabellón porque no expulsé la placenta, entonces con el
mayor nerviosismo y pena del mundo me separé de mi marido en las puertas del pasillo que te lleva a pabellón con un llanto que no podía contener.
Todos los profesionales estaban al tanto de mi caso y las mujeres en particular (enfermeras, auxiliares, etc) fueron extremadamente amorosas y empaticas, me ofrecían su mano, me secaban las lágrimas y me intentaron tranquilizar todo el rato.
Cuando estaba en recuperación, ya eran cerca de las 20 horas, así que mi ginecólogo me pasó a ver y me recomendó que me quedara esa noche en la clínica. Por los medicamentos logré dormir, porque si hubiese sido por la pena creo que no hubiese cerrado un ojo en toda la noche.
A la mañana siguiente me dieron de alta con indicación de reposo relativo, remedios y uso de toallitas ya que tendría sangrados propios del post parto.
Hoy han pasado 3 meses desde ese día, volví a ir a mi sicóloga y he estado conversando acerca de todo lo que me pasó, de la pena y a la vez de la culpa que he sentido por tener pena siendo que yo decidí este camino.
Pero he aprendido a aceptar que por más que lo haya decidido, de todas maneras duele y son válidas todas estas emociones.
He ido contando a más personas mi historia, en una suerte de desahogo, porque me di cuenta que es un tema que no se habla ni existe mucha información. Por eso me animé a escribir, porque además ha sido mi propia terapia poner todo lo que me pasó en estas palabras. Ojalá que alguien que este “googleando” el tema y que esté pasando por algo parecido pueda leerme y no sentirse tan sola.
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