Por Isidora Montecinos
Cuatro de la tarde, caminando por un Puerto Varas caluroso con mi hijo de cinco meses en el coche.
Me compré un café frío, el niño se estaba quedando dormido y yo disfrutaba la música con una calma que solo me entrega el caminar.
En una casa, veo salir a una mujer con pijama, moño desordenado (igual al mío) y en brazos a una criatura de no más de 3 semanas. La abrazaba con los ojos cerrados mientras se ponían los dos bajo el árbol de su casa y la sombra los hacía bailar, en ese baile madre/hijo que no tiene comparación y que no se entiende hasta que se vive.
Desde la vereda del frente juro que sentí como ella suspiraba. De cansancio, de amor, de oxitocina, de pánico. Cuando abrió los ojos nos topamos con la mirada y le sonreí. Ella me sonrió de vuelta, como si dudara de si alguna vez iba a estar tan tranquila paseando en coche con su guagua. Como yo también dudaba las primeras semanas y le decía telepáticamente que si iba a poder. Que fuera un día a la vez.
En esa sonrisa tras rejas, con un sur primaveral acompañándonos, dos mujeres desconocidas entendimos todo.
Isidora Montecinos es madre y profesora de Educación Media. En su cuenta de Instagram @nodenuncieporque genera un espacio para que personas sobrevivientes de abuso o acoso puedan compartir sus historias.