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Halloween: los niños y la fiesta del miedo

 
Ad portas de celebrar la Fiesta de las Brujas, especialista de la Universidad del Pacífico explica cuál es el origen del miedo, la importancia de educar a los niños, por qué algunos lo disfrutan y cómo pueden controlarlo quienes lo sufren.

 

La fiesta de Halloween se ha transformado una actividad familiar ampliamente celebrada. Sus raíces son discutibles y se vinculan a tradiciones variadas, tanto de índole religiosa como secular. Pero lo que sí está claro, es que la fiesta alude al miedo y al terror, animando a sus participantes –aunque sea en juego– a impregnar esa noche de imágenes donde el horror es protagonista, experimentado en diversas formas, ya sea en películas, juegos, música, etc.

 

En este contexto, la directora de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico, Carmen Gutiérrez, dice que es importante aprovechar esta fiesta como una oportunidad de los padres para educar a sus hijos en el sentido del miedo dentro de la experiencia del ser humano. “Abordar esta sensación desde sus orígenes en la psiquis del ser humano es el punto de partida para entender la importancia que tiene el miedo, no sólo a la hora de celebrar Halloween, sino como una trascendental emoción que permite nuestra supervivencia, ya que hace que los individuos reaccionemos de manera rápida y eficiente, poniéndonos en alerta para responder, atacando, defendiéndonos o huyendo de una situación temida”, señala.

 

“Esta fiesta provee una oportunidad protegida para que los niños más pequeños perciban a personas disfrazadas representado algunos de sus temores o fantasías. Los padres pueden acompañar a sus hijos a participar de esta fiesta, señalándoles que son personas que están disfrazadas, que no hay riesgos asociados y que en caso de experimentar temor, no hay problema. Es importante que los adultos tengan presente que el miedo es una emoción natural, que tiene un sentido adaptativo y de supervivencia y que, por tanto, experimentar miedo no es nocivo ni negativo”, aclara la psicóloga.

 

De alguna manera, contactarnos con nuestro miedo supone también que las personas nos contactemos con nuestra vulnerabilidad y fragilidad. “Eso es lo que nos invita a cuidarnos y a ser conscientes de nosotros mismos. No nos olvidemos que el contacto con la propia vulnerabilidad permite la ternura, la empatía y la compasión, es decir, poder reconocernos en los otros, resonar con el dolor de otras personas, hacer lo posible por procurar el máximo bienestar del otro, lo que es, antes que nada, un acto amoroso que surge de la conciencia de nuestra fragilidad”, acota la docente.

 

Por lo mismo, los padres tienen un rol clave, ya que muchos miedos son aprendidos y guardan relación con cómo los adultos valoran y perciben al mundo, en términos de si es o no un lugar seguro y cómo perciben a sus hijos en cuanto a su capacidad de afrontarlo. “En este sentido, tanto la sobreprotección como el autoritarismo de parte de los padres tiende a tener una influencia negativa en la confianza del niño en sí mismo y en su ambiente”, advierte Gutiérrez.

 

Frente a situaciones de temor, es importante que los padres acompañen a los hijos en el proceso de afrontarlos. “Una de las características de este tiempo es el bombardeo de noticias e imágenes que proyectan un mundo caótico y amenazante, por lo que la mediación que pueden hacer los padres y adultos en general, explicándoles a los niños que ésas son ciertas situaciones que no representan la realidad completa, ayudan a que el niño desarrolle un sentimiento de confianza y seguridad que le permite afrontar futuros desafíos y miedos desde esa autoestima positiva”, indica.

 

El placer del miedo

 

Al vivir el miedo, nuestro cuerpo provoca diversas reacciones. “A nivel fisiológico, se produce la dilatación de las pupilas, el incremento de la reacción galvánica de la piel y el aumento de la oxigenación y circulación de la sangre que se dirige a los músculos para anticipar las respuestas de huida, de defensa o ataque. Lo mismo a nivel neurofisiológico, con una importante secreción de neurotransmisores, tales como la adrenalina y nor adrenalina. Y a nivel psicológico, hay una reacción de sobresalto, alerta y agudización de los procesos de atención, concentración y percepción. Es así como todo el individuo se dispone a actuar frente a una situación que le genera miedo”, explica la directora de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico, Carmen Gutiérrez.

 

Sin embargo, no siempre situaciones de “miedo” producen las mismas sensaciones en toda la gente. “Una situación generadora de miedo para algunos, para otros puede ser indiferente o incluso placentera. Como toda emoción, el miedo implica la subjetividad del individuo”, precisa la docente.

 

Pero, ¿por qué cuando tenemos conciencia de que una situación generadora de miedo es falsa, es inevitable sentir miedo? “Ello ocurre porque la persona está implicada emocionalmente con la situación que está viviendo y por lo tanto no hay una distinción entre real o irreal, ya que para el aparato psíquico es una situación cierta. Eso es lo que pasa, por ejemplo, cuando vemos películas de terror”, comenta psicóloga.

 

En este punto, existen quienes eligen deliberadamente el panorama del horror, muchas veces porque les gusta la sensación de miedo. “Ciertos niveles o grados de miedo pueden generar una sensación placentera asociada a la presencia de ciertas sustancias neurofisiológicas liberadas en el torrente sanguíneo. También es posible que algunas personas se sientan más vivas en la medida que experimenten emociones más intensas y situaciones límites”, señala la especialista de la U. del Pacífico.

 

En la vereda contraria, a muchos esta sensación está lejos de causarles placer, por lo que evitan enfrentarse a situaciones que los atemoricen. Para ellos existen maneras de control del miedo con algunas herramientas o ejercicios de autoayuda.
Equipo SuperMadre 

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