Desde que quedé embarazada de mi segundo hijo, lo primero que se me vino a la cabeza fue la palabra: “CELOS”. Su origen etimológico es del latín zelus (ardor). De ahí que se relaciona con el ser amado en términos pasionales, pero también tiene que ver con que la persona amada ponga su interés en otro. Y si nace una guagua, obviamente el interés de las demás personas se vuelca en ella, y como mamá, tienes miedo de no poder compartir el cariño o dedicarle más tiempo a tu hijo nuevo.
Cuando ya se me empezó a notar el embarazo y sabía que era un niñito, lo primero que la gente me decía al pasar, era “Qué rico, la parejita”. Luego, generalmente, venía el comentario “¿Está celosa la hermanita?”. Y claro, era mi miedo más grande: que mi hija reaccionara mal, que retrocediera en cierto sentido en sus avances y se pusiera más “guagua”. Es que todo el mundo te empieza a decir que eso va a pasar. Pero, ¿es posible anticiparse tanto al comportamiento de un hermanito mayor? Lo que contaré en las próximas líneas es súper personal y desde mi experiencia, por lo tanto, como todo en la maternidad, no hay recetas establecidas.
El embarazo
Quedé embarazada un poquito antes de que mi hija mayor cumpliera dos años. Por lo tanto, le pude contar y ella entendió que había una ser en mi guatita. Muchas veces pusimos su mano para que sintiera las pataditas y, a medida que iba creciendo, se iba dando cuenta de lo que pasaba. Muchas veces se puso una muñeca en la guata para parecerse a su mamá y, si en la calle le preguntaban por su hermanito, ella respondía que se llamaba Lukas y que estaba en la guata de la mamá. Creo que entender este proceso fue súper positivo, porque no se encontró abruptamente con un nuevo ser en la casa, sino que al menos tuvo un tiempo para asimilarlo. Los últimos meses fueron más difíciles, porque quería jugar mucho conmigo y yo apenas me podía parar del suelo. Muchas veces me dijeron que no hiciera fuerza, que no la tomara en brazos, pero igual la hice dormir en brazos con la guata enorme.
El parto
Cuando se me rompió la bolsa tuvimos que partir rápidamente a la clínica, y la verdad es que no pensé en dejar a mi hija con alguien, así que fue con nosotros. Si bien teníamos compañía, en la clínica nos sugirieron que se la llevaran, porque ya se estaba haciendo tarde. Pero todo pasó tan rápido, que tampoco tuvimos tiempo para que se fueran para la casa. Subí a la sala de parto y me mandaron una foto de mi hija mayor durmiendo en la pieza de la clínica. Cuando nació y me bajaron, se despertó y se produjo la escena más linda de todas: Mi Lukas en brazos acurrucado y la Laura haciéndole cariño, conociéndolo, tocándolo y asumiendo su rol de hermana mayor.
Ya en casa
Cuando llegamos a la casa, no teníamos todo tan preparado como cuando nació Laura. Ni siquiera le habíamos armado la cuna, y decidí tomarme todo con más relajo, que todo fluyera a su tiempo. Laura estaba muy emocionada, lo quería tomar todo el rato en brazos. Me perseguía mucho, quería estar con nosotros todo el rato. Cuando me veía dando pechuga, ella también le empezaba a dar a sus muñecas: se sentaba al lado mío, se subía su polerita y decía “listo esta pechuga, ahora le toca la otra”. Cuando lo mudaba no se interesaba tanto. No le gustaba ver los pañales sucios de su hermano, pero le llamaba mucho la atención su ombligo con el broche del cordón umbilical.
Las noches fueron un poco más difíciles. La Laura aún dormía con nosotros y pese a todas las “recomendaciones” de sacarla de la cama antes que naciera el hermanito, nunca lo hicimos. Hacerla dormir era lo más complicado. Como quería estar alerta de todo lo que estaba pasando, no caía nunca rendida. En un principio me fui yo de nuestra pieza a otra con una camita chica y la cuna. Mi marido se quedó durmiendo con ella y yo me fui con Lukitas la pieza chica. Pero, apenas se despertaba en la mitad de la noche, ella lloraba buscándome.
Luego cambiamos de plan: me fui a nuestra pieza nuevamente con la cunita chica, pero también se despertaba a cada rato. También era difícil la levantada en la mañana. Con tantas interrupciones, llegaba de última al jardín, porque dejarla lista antes de las 10:00 era muy difícil. Uno de los cambios que fueron más evidentes fue que subió el volumen de su voz. Empezó a hablar más fuerte durante el día, y hacer más ruidos con instrumentos.
También, había escuchado que iba a retroceder en el lenguaje y en control de esfínter. Sin embargo, no hubo retroceso en el habla, al contrario, empezó a hablar más y a incorporar nuevas palabras. Respecto al baño, aprendió en invierno, con frío, y con hermanito nuevo en la casa. Esto demuestra que no es necesario un entrenamiento, sino que cuando ellos están preparados y emocionalmente listos, dejan el pañal.
Poco a poco nos fuimos adaptando a este nuevo ritmo: la mayoría de las noches terminaba con los dos niños en la cama y yo al medio “como palito”. Después, gracias a un cambio de casa, le hicimos una pieza nueva a la Laura y desde ese entonces que duerme en su camita nueva sin problemas. Es que con el paso del tiempo, el hermanito deja de ser novedad y todo va encajando de manera natural. Muchas personas tildan al segundo hijo como el “sobreviviente”. En nuestro caso también lo es, pero de stickers en su cabeza, disfraces de princesas y de una fiesta constante en la casa. En todo caso, la sonrisa que veo en ambos es impagable. Lukas busca con la mirada y la sonrisa siempre a su hermana y ella lo mima, juega con él y lo protege.
Carol Jaeger
Mamá de Laura y Lukas
Profesora de Lenguaje
@charolojae