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Embarazo en talla baja: ¿cómo se vive un proceso de gestación de alto riesgo?

“¿Qué? Pero si ustedes no pueden tener hijos”, o “no deben tener hijos porque nacen enfermos”, “no lo vas a poder cargar en tus brazos, no vas a poder cuidarlo”.

Estas y otras frases tuve que escuchar más de alguna vez luego de contar que estaba embarazada. Y es que muchos creen que quienes somos de talla baja no podemos tener hijos.

Sin embargo, deben saber que sí podemos. Es más, podemos tener embarazos normales, como también de alto riesgo, como el que me tocó vivir.

Y es que cualquier persona que tenga un hijo puede tener acondroplasia, porque no necesariamente uno de los padres debe tener esta condición. Sin ir más lejos, mis padres son de estatura promedio y yo soy la única con acondroplasia de la familia. Es un azar que puede ocurrir de 1 de 25 mil personas.

Embarazo de alto riesgo

Tras enterarme de que estaba embarazada, a través de un test de embarazo, que luego corroboré con un examen de sangre, me realicé por orden médica la primera ecografía.

Fue en ese momento cuando entendí a todas esas mujeres que dicen sentir florecer su instinto materno con solo escuchar el latido del corazón de sus bebés. Hasta ese momento, todo iba bien.

Sin embargo, en la segunda ecografía el doctor notó que tenía un desprendimiento, lo que significaba un alto riesgo de pérdida. A raíz de esto, me dieron licencia con reposo absoluto por 15 días.

Los días pasaron sin mayores sobre saltos. Incluso en la ecografía de las 16 semanas, el doctor me indicó que todo estaba bien. Fue ahí cuando le pregunté si mi bebé tendría también acondroplasia y sería de baja estatura como yo y su padre, pero  lo descartó enfáticamente, ya que las características físicas de la acondroplasia, como la cabeza más grande, frente prominente, fémur y humero más cortos de lo normal, no estaban presentes.

En el control de las 20 semanas, los médicos advirtieron que las arterias uterinas estaban alteradas, lo que significa un alto riesgo de sufrir preclampsia. Debido a esto, mi embarazo pasó a ser de alto riesgo y por esta razón me vi obligada a buscar un especialista y lugar que contara con todo lo necesario para manejar cualquier emergencia en el parto en caso que llegara a complicarse.

Fue así como llegué al Hospital Clínico de la UC, donde mis controles pasaron a estar en manos de un doctor especialista en alto riesgo, quien me indicó que aún no se podía descartar alguna displasia esquelética en el bebé, ya que eso se podía definir entre las 24 y 28 semanas.

Hasta ese momento, todo iba bien. Pero en la semana 24 una ecografía dejó en evidencia que mi bebé tenía una displasia esquelética, siendo lo más probable un diagnóstico de acondroplasia. Junto con eso, las arterias uterinas encendían las alarmas por el riesgo de preclampsia.

Recuerdo que al salir de la ecografía no podía controlar las ganas de llorar, solo estaba parada afuera del Hospital sin saber qué hacer. Había ido sola, y no podía controlarme, no entendía qué me pasaba, quizás eran mis miedos a que el bebé no fuera a sobrevivir.

Cuando los dos padres son pequeños hay un 25% que sea de estatura promedio y un 75% que tenga acondroplasia, pero de ese 75% un 25% puede ser homocigoto, lo que quiere decir que el bebé puede morir en el vientre, o al nacer vivir solo un par de horas.

Llamé a mi madre desconsoladamente para contarle. Me dijo que todo estaría bien. Mi mejor amiga, que también es de baja estatura, me decía “tú y yo salimos adelante, y él bebe no será la excepción”. Sus palabras me tranquilizaron y me llenaron de nuevas esperanzas.

Con estos antecedentes visité al doctor especialista en alto riesgo, y me dijo que por el problema en mis arterias uterinas, debía nuevamente estar con licencia hasta el post natal. Además me informó que por la displasia del bebé no podía acceder a Bono PAD de Fonasa, que cubre el parto en clínicas y hospitales, por lo tanto todos los gastos serían particulares.

Coticé en todas partes y el mínimo a pagar eran tres millones. Pero si el bebé pasaba a incubadora o había algún otro gasto, ese presupuesto podía llegar a superar fácilmente los $20 millones. Finalmente decidí seguir por la vía pública, específicamente en el Hospital Sotero del Rio.

La buena noticia es que el equipo médico tenía varios integrantes del Hospital Clínico UC, entre ellos quien fue mi ecografista en el Hospital UC. Nos citaron junto al padre de mi bebé a una reunión de especialistas del Centro de Alto Riesgo y nuevamente me hicieron una ecografía con más de ocho especialistas observando, entre ellos ginecólogos, neonatólogos y psicólogos.

Tras esa reunión médica, nos informaron que el bebé no estaba creciendo. Con 35 semanas pesaba 1 kilo 450 gramos, lo mismo que dos semanas atrás, y medía 35 centímetros, que podía ser por la displasia esquelética y también porque tenía  Restricción del crecimiento intrauterino RCIU y que lo mejor era hospitalizarme a las 37 semanas, exactamente el día Viernes 10 de Mayo para colocarme dos dosis de corticoide para la maduración de los pulmones de mi bebé y tenerme en observación, hasta el lunes 13 de Mayo, la fecha del parto.

Esas dos semanas pasaron muy rápido. Cuando llegó el día, preparé el bolso para mí y mi bebé. Una vez hospitalizada me inyectaron la primera dosis de corticoides, y al día siguiente la segunda. ¿Cómo fue el parto? Lo sabrán en mi próximo artículo.

Carmen Charlot Carrasco Maureira

Ingeniera Comercial y mamá de Pablito

Instagram: @Maternidadentallabaja

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