Nadie se casa pensando en separarse. En nuestro país, cada año se celebran alrededor de 40.000 matrimonios al año. Antes con la nulidad matrimonial, la mujer y los hijos quedaban en un “desamparo legal”. Ahora, a 10 años de la implementación de la nueva Ley de Matrimonio Civil de Mayo de 2004, el número de divorcios superan los 40.000 al año. Tras estas cifras, hay sueños y proyectos que se desvanecen, y siendo la separación una realidad visibilizada y actual, ¿qué ocurre con los hijos?
Ser padre o madre es uno de los desafíos más difíciles y más complejos que un adulto debe afrontar. En la familia hay dos pilares básicos: la conyugalidad y la parentalidad, que brindan soporte psicológico, físico y emocional para conducir al niño hacia la madurez. Frente a una crisis de separación, la ilusión es que “se terminen los conflictos”, sin embargo, ambos ex cónyuges se tienen que enfrentar al desafío de:
- Aceptar el termino de la relación
- Tolerar el dolor por la pérdida
- Readaptarse al medio
- Resolver temas administrativos – legales
- Reubicar a la ex pareja en el mundo interno y externo
- Relacionarse desde la co-parentalidad (lograr buscar soluciones, negociar las diferencias y ceder, por el bien de los hijos)
Hay dos respuestas habituales a la crisis: una en que la familia logra mantener las funciones de protección hacia los hijos, y otra en que la familia mantiene el conflicto de la pareja vigente. Es decir, la que resuelve la crisis post divorcio y se relaciona con la ex pareja desde co -parentalidad, o la que “mantiene vivo” el conflicto conyugal. A esto último, los especialistas señalan que se trata de un “duelo congelado”, que es cuando el proceso de duelo post separación se detiene y no sigue su curso, como una forma de impedir el dolor, la ambigüedad e incertidumbre asociados. La destructividad emerge cuando se sostiene la espera eterna de que “la reparación se materialice y el daño se repare concretamente”.
El riesgo es que los límites entre el subsistema parental pierda claridad a raíz de los conflictos conyugales y estos invadan la relación con los hijos, dando pie a conflictos de lealtades y alianzas. A mayor nivel de conflictividad, mayor probabilidad de que el conflicto se pase a los otros subsistemas, pudiendo incluso afectar la relación entre hermanos. Algunos padres buscan aliados en los hijos, manipulándolos para que tomen partido, se alíen, acusen, defiendan, apoyen, etc., a uno u otro de los cónyuges, pudiendo ser “triangulados”, o expuestos a otras dinámicas dañinas como el Síndrome del Juicio de Salomón, en el cual los padres se descalifican mutuamente como padres, combaten por la posesión del hijo, entregándose a todo tipo de manipulaciones judiciales y extrajudiciales con tal de salirse con la suya; o el Síndrome de Alienación Parental en que el niño rechaza mantener cualquier contacto con sus progenitores al cual denigra en ausencia de motivos razonablemente objetivables.
Sobre los efectos del divorcio en los hijos, los estudios indican que la separación de los padres constituye una crisis para los niños, quienes la representan como la perdida de la familia nuclear. Al parecer, l os niños prefieren tener a la familia unida a pesar de las discusiones.
¿Qué necesitan los niños ante una crisis de separación?
- Autoestima positiva
- Contar con apoyo familiar
- Participación de la familia extensa
- Intervención de organizaciones sociales
- Recreación, consejos, ayuda en tareas cotidianas, apoyo emocional y/o retroalimentación positiva. Pero principalmente, “construir narrativas no traumatizantes” acerca de la separación, que implicaría un trabajo de duelo por las pérdidas asociadas.
Karin Renck O. /Psicóloga Adultos.