No recuerdo exactamente cuándo, pero sí que la primera vez que oí hablar de “el día del niño” lo primero que pensé fue que se trataba de “otra fecha más” destinada a promover el consumismo, por eso días después cuando mi abuelita materna me trajo de regalo un chocolate, lo rechacé diciendo que no me consideraba niño, sin duda fue uno de los más grandes errores que he cometido y que mi madre no trepidó cuidadosamente corregirlo en privado.
Más, en aquel entonces mi comunicación era más fluida con los adultos, así que mi forma de pensar y sentir anhelaba crecer convencido que en la adultez encontraría tanto mi identidad como el espacio adecuado para desarrollarme plenamente en lo que me gustaba, sin embargo con el paso de los años me di cuenta que estaba cargando en mi interior con algunas huellas de mi niñez que, al no darles toda la importancia requerida, me estaban afectando profundamente: La primera de ellas siempre fue el apego a mis padres: no importaba dónde me dirigiera necesitaba mi hogar, necesitaba hablar con mi madre y con mi padre, aunque discutiera con ellos mil veces de mil formas distintas, la necesidad de oír sus voces, el abrazarlos, era algo que me impedía alejarme de ellos por largos periodos de tiempo; pero aún necesitaba “pulir” mi relación con ellos, no importaba lo que hiciera hasta hoy siento que me faltó esforzarme más por honrarlos, entenderlos, agradeciéndoles el cariño y la paciencia.
Otra fueron mis aficiones: creía que con los años iban a llegar otras más acorde con la edad, sin embargo, no dejaba de amar las historias de fantasía, en especial de ciencia ficción, aquellas aventuras que refugiaron mis ideales, dándome compañía y enseñándome a no rendirme ante la crueldad del mundo, una gran compañía en tiempos de soledad siguen presentes, en todo lo que hago.
Más importante aún es la forma de ver cada día, una parte de mí estaba tan desesperada por ser adulto que rechazaba mis emociones de niño, hasta llegar a odiarlas a veces, en un intento por ser respetado en algún nicho social, pero algunos familiares y gente muy cercana se dieron cuenta que mi manera de encarar las cosas en algunos aspectos era infantil, ingenua y muy inocente. Un día comprendí que estaba ahogando una parte esencial de mi ser al aceptar errados consejos para extirparlos de mi vida, un gran esfuerzo que no podía fructiferar, ya que era matar una parte importante de mí.
Grande fue la sorpresa cuando estudiando el cristianismo, motivado por mi padre, encontré en la biblia aquella parte en Mateo 18:3 que dice “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.”. Sin el ánimo que esto parezca una predicación, lo que me sorprendió de esta y muchas otros versículos del “buen libro” fue que no sólo se estaba validando la importancia de la forma de ser de los niños sino también se daban las herramientas para vivir como un adulto con las virtudes de un niño.
Como muchos otros temas, es muy sencillo hablar lo maravilloso que son los niños, lo hermosa que puede ser la niñez, más en la práctica constituye un desafío el descubrir, rescatar y aplicar toda la inocencia, la alegría y la fortaleza que tienen, ya que erradamente se percibe que esto es un impedimento para enfrentar el mundo actual, cuando el ya mencionado buen libro dice que debemos ser como “niños en la malicia y maduros en el modo de pensar” (1 Corintios 14:20) y es una de las cosas mas bellas que hay en el Asperger, la necesidad vital de fluir con una forma de ver distinta que inevitablemente colisiona con la realidad circundante, ante la dureza y crueldad que se da en muchos de los más grotescos incidentes a los que estamos expuestos diariamente de manera directa e indirecta.
Estos requieren un aprendizaje que es esencial en la vida de todo ser vivo, pero que requiere cierto cuidado al abordar las múltiples variables que conlleva, en el caso de los que ya somos adultos aunque muchas de las conductas de niños no son dañinas para nadie, en la práctica son vistas como inadecuadas, socialmente son rechazadas o menospreciadas ya que incluso se asocian con inmadurez, lo cual, en lo personal, me parece ridículo ya que no es extraño encontrar adultos que cumplen responsablemente con sus actividades y que no trepidan en dar libertad a sus instintos de niños, en especial cuando se trata de compartir con sus hijos.
Y también porque ante tantas situaciones negativas, nos estamos sumergiendo de forma inconsciente en conductas pesimistas, adictivas y autodestructivas que alimentan enfermedades tan graves como la depresión, y una de las numerosas características maravillosas de los niños es su inteligencia para encontrar la forma, muchas veces original, de enfrentar la vida de manera alegre, sobreponiéndose al dolor.
La misma forma en como tratan a los demás, el deseo de confiar, llamar a todas las personas “amigos”, el hablar la verdad, por muy sublime que sea tarde o temprano acarrea problemas; por eso como decía antes, sea Asperger o no, es vital el ir aprendiendo a enfrentar las dificultades conservando lo bueno de la niñez, no dejándonos atormentar por los obstáculos, no sólo para los que somos adultos sino también las nuevas generaciones, lo que implica desarrollar habilidades sociales, estrategias donde nuestro actuar preserve lo mejor de cada época, es decir una postura optimista, alegre, amable pero también resistente ante las decepciones.
“No existe un final de la infancia” dice una canción del grupo Marillion, “tan sólo una dirección perdida” y una aventura donde la mayor ironía es que se dice que “para los padres uno será eternamente niño” y la verdad es que cuando los padres ya no están con uno esa idea tiene un potente valor emocional, una verdad que nos ayuda a sobreponernos ante el dolor causado por las distancias imposibles romper a través del compromiso de ser feliz; si como niños queríamos enorgullecer a nuestros padres, ahora como adultos el anhelo se transforma en una forma de vida, el redescubrir y reclamar el espacio para que fluya la inocencia y alegría que yace en los niños (as), en este cuerpo de adulto, una promesa de ser feliz y hacer feliz a quienes están a nuestro alrededor, compartiendo el legado de nuestros padres, porque en cada niña (o) hay una puerta al cielo esperando y en cada adulto esta la oportunidad de encontrarla y cruzarla amando eternamente a esa niña (o).
Juan Carlos Sánchez Emilfork.
Aspergeriano. Co terapeuta de Isabel López Turner, Psicóloga quien trabaja con pacientes Asperger en Concepción.
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