Ser adulto y ser niño socialmente tiene diferencias sustanciales desde tiempos remotos, sin ir más lejos el famoso libro de Antoine de Saint Exupery, “El principito”, comienza sus dulces letras regalando el escrito a León Werth cuando era niño. ¿Será que nosotros como adultos vivimos un antes y un después marcado? ¿Por qué no es visto como un continuo?
Vivimos en una sociedad adultocéntrica, esto quiere decir que todo gira en torno a las necesidades adultas. El ser adulto está tan valorado que los niños nacen queriendo ser adultos para obtener los beneficios asociados a “ser grande”.
De la misma manera los niños son invisibles, no tienen incidencia en decidir sobre sus propias necesidades y muchas veces viven al ritmo que los adultos cuidadores deciden para ellos. Es así que vamos anestesiando la infancia en torno a su propio cuerpo: los niños aprenden que deben comer cuando los adultos tienen hambre, abrigarse cuando los adultos consideran que hace frio y dormir cuando la noche indica que hay que tener sueño, pero ¿qué pasa con los deseos reales de los niños? Los adultos tienen que formarlas y crear hábitos ante éstas.
Es difícil ser niño/a
Por suerte cada vez más y más personas adhieren a un estilo de crianza que es respetuosa y que insiste en escuchar a los niños, respetar sus ritmos, jamás castigar, golpear o agredir verbalmente.
Es bueno que se mire la infancia, es bueno que celebremos un día del niño porque todos lo somos, porque todos lo fuimos, solo pasa que algunos somos capaces de recordarlo y otros no.
¿De qué manera podemos ayudar a que los niños vivan las etapas y no quieran crecer rápido?
Valorando el aporte de ellos a nuestra vida familiar y fundamentalmente escuchándolos: “esto es de grandes”, “ahora haces lo que te digo, cuando seas grande…”, etc. Estas verbalizaciones ayudan a que los niños no quieran ocupar su espacio natural y busquen imitar conductas adultas para liberarse de ciertas normas que creen que los adultos no tienen. Incluso los adultos mejores intencionados solemos preguntar a los niños: “¿Qué quieres ser cuando grande?” como si ahora y en este mismo momento no fueran algo ya, ahora mismo.
El otro día conversando con mi hija, la que escribe cuentos en su pieza y colorea libros para ilustrarlos (de 7 años), me di cuenta que decía: “mamá, cuando grande seré escritora”. Le dije entonces: “ya eres una escritora, no necesitas ser grande para serlo”. Y pensé que tal vez ese es el punto, dejar de pensar en lo que lograrán o no a futuro y les permitamos lograr más ahora. De esa manera serán más estables emocionalmente en la adultez y podrán elegir mejor en todas las áreas de su vida.
Los niños buscan sentirse amados, aceptados tal como son y respetados en su contexto: mirémosle a los ojos (no al celular), escuchemos sus historias y problemas, no los ridiculicemos, no ventilemos sus sentimientos con extraños, permitámosle gritar cuando no quieren algo y hagámosle más cariño.
Un buen panorama para este día del niño puede ser, como siempre lo es, compartir en familia: hacer un picnic en el parque; jugar con ellos (ojalá a diario), escribirles una carta diciéndole lo buena persona que son y comprometiéndose a mejorar algún aspecto que como adulto no le es beneficioso al niño (por ejemplo: voy a intentar pasar más tiempo contigo y no enojarme con tanta facilidad porque se que eso te pone triste)
¿Los regalos? Que les sirvan para compartir con otros niños, para cooperar, para disfrazarse, para crear, para reírse, hablar más y nunca callarse.
Varinia Signorelli C.