Por Nicole Herrera
-Cierre los ojos- me dijo mi terapeuta. -Necesito que piense que está frente a una gran pared blanca con 3 puertas negras. Escoja una y camine hacia ella. Allí, tras esa puerta, verá a una niña, esa niña es Ud.-
Y así comienza mi proceso de sanación, ese mismo que decidí emprender hace algunos meses, cuando me di cuenta de que mi forma de criar estaba impactando en la vida de otras personas, dos en este caso, y que mi única responsabilidad era hacer de él y ella seres humanos responsables emocionalmente y construir su niñez en base a certezas que les permitieran convertirse en adultos emocionalmente estables.
¿Por qué? Porque no quería que fueran hijos de las crisis de ansiedad, la fluoxetina y la zoplicona, de la terapia eterna y de la suma de múltiples heridas emocionales de las que yo nunca fui consciente, hasta ahora.
La primera vez que tomé conciencia de lo que relato fue cuando mi hija lloró al verme con el pelo liso porque “ella ya no se parecía a la mamá”. En efecto, Catalina (10) es dueña de unos rizos hermosos y frondosos, y yo -una adulta pretenciosa-, iba a la peluquería a alisarme el pelo porque me molestaba el frizz y las ondas no se me definían como en las revistas.
Fue ahí cuando comprendí que mi hija me miraba y me admiraba, quería ser como yo, y pedía que le alisara el pelo porque no le gustaban sus chochos. Así es que, haciendo un esfuerzo sobrehumano -porque nunca nadie me enseñó a hacerlo- comencé a aceptar mi apariencia y a quererla. La respuesta fue inmediata, ahora nos parecíamos nuevamente y ella comenzó también a quererse.
Tras esa dosis de realidad vinieron otras más: ¿por qué la mamá no puede dormir con los niños en la cama si ya son grandes (10 y 5 años)? ¿Por qué la mamá tiene que escoger a uno de los dos para hacerlos dormir y no puede simplemente acostarse al medio y abrazarlos a los dos? ¿Por qué no podemos desayunar en la cama o estar todo el día en pijama un domingo? ¿Por qué no se puede tener un perro?
Y la verdad es que nunca encontré respuestas lógicas para estas preguntas que me hacían mis hijos, por lo que deconstruirme y sanar fue lo que consideré más obvio.
Sin embargo, no ha sido fácil. Hay miles de temores y en ocasiones quiero dejar que todo pase sin verlo, porque así duele menos y es menos agotador. Pero he comprendido que así no funciona, que avanzando desde mi lógica adultocéntrica jamás podría acompañar a mis hijos en cada una de sus etapas.
Y aunque a veces me canso y peleo conmigo misma, estoy segura de que este es el camino que me llevará a reconocer a mi niña interior y abrazarla, normalizando la salud mental y hablando desde lo que fui y lo que quiero llegar a ser para mis hijos, una madre que reconoce sus errores y es capaz de pedir disculpas sin sentir que pierde la firmeza ante la crianza.
Nicole Fernanda Herrera Lobos es madre y periodista. Una de sus motivaciones para escribir es compartir experiencias que permitan a las mujeres, especialmente mamás, desarrollar juntas herramientas para criar en conciencia y deconstruir patrones.