Cuentos de niño/a busca acercar las experiencias infantiles a los adultos. Hoy contamos con el relato de Alejandra Quiroga, Periodista y conductora del Matinal Sabores ¿Qué cocinamos hoy? del canal Zona Latina.
Me considero afortunada si miro atrás. Soy de esas personas que tuvo la dicha de tener una hermosa niñez, con muchísimos recuerdos e historias que me marcaron y que aún me hacen sonreír.
Quiero compartir un recuerdo de un cumpleaños mío: El sexto. Como a todos los niños, era la fecha más esperada y lo único que quería era que me festejaran, recibir regalos y tener una piñata de Topo Gigio.
Vivía en un pueblito muy pequeño llamado Caranavi. Se encuentra en una región sub tropical de Bolivia, con menos de 50.000 habitantes. Cursé primero básico allá, mi papá me llevaba todas las mañanas al colegio en motocicleta y me volvía caminando con mis amigas o sola. A mi mamá le daba “ataque” puesto que a veces me demoraba mucho jugando con los insectos que encontraba en el camino.
Había en Caranavi una plaza principal, centro de todo, como en cualquier pueblo. Era el panorama máximo ir en las noches a pasear, pasar los fines de semana al boliche de “El Argentino” a tomar helados o comer frutas congeladas.
Se aproximaba la fecha de mi cumpleaños y mi mamá hizo traer desde La Paz (situación que era un fenómeno en la zona) la famosa piñata de Topo Gigio. Además llegaron canastitas, regalitos para los invitados y obviamente las invitaciones, aunque no recuerdo cuántas eran, pero no llegaban a treinta que era el número de compañeritos de curso.
Me consintieron mucho ahora que lo pienso, contrataron al famoso “argentino”, el que vendía helados en la plaza. Instalaría su kiosko en mi patio y repartiría helados a mis amiguitos.
Yo estaba tan emocionada con la llegada de mi cumpleaños, que recuerdo invitaba a todo el mundo, en el recreo, a los alumnos que no conocía, a la maestra, a todo el que se me cruzara en el camino, como no tenía tantas invitaciones físicas, lo hacía de palabra.
Cuando llegó el “Día D” había tanta gente en mi casa que ya era una locura. Recuerdo claramente que la gente hacía fila para entrar, mis compañeritos llegaban con sus hermanitos y familiares. La gente del pueblo era muy humilde, pero tan cariñosa, que llegaban con paquetes de galletas envueltos en papel de regalo. Había más gente que no conocía que amigos.
De más está decir que las canastitas no alcanzaron, ni la torta, que la piñata fue una locura, el “argentino” se quedó sin stock, y que mi mamá también estaba enloquecida con la situación.
Era “El” acontecimiento del pueblo, un lugar pequeño en el que pocas veces pasaba algo.
Creo que fue la época más hermosa de mi vida. Tuve el mejor cumpleaños del mundo, me sentía una reina total. No conocía a la mayoría de mis invitados y ellos tampoco me conocían a mí seguramente, pero la inocencia de los niños hace que esas cosas no importen.
Los niños de Caranavi y yo, no estábamos festejando mi cumpleaños, estabámos festejando la vida, la niñez, la alegría de la inocencia y las cosas simples.
Ale.