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Cuando una madre no acepta el diagnóstico tardío de autismo en su hija
Por Eva González
¨Antes de desarrollar este tema que siento tan sensible para madres e hijas, sólo quisiera decir que las entiendo, desde lo más profundo de mi ser. (No significa que no duela, sólo que se entiende y que es necesario estar ahí para saberlo”.
Un día, leyendo (cosa que amo hacer), comencé a relacionar ciertas características con mi forma de actuar. Como se me hizo tan conocido todo lo que leía, se volvió algo de mucho interés para mí y decidí seguir investigando. Cada día era de búsqueda y descubrimiento, cada día me sentía más comprendida por esas letras plasmadas en escritos de personas autistas; entonces decidí seguir. Me sentía bien ahí, como en muy pocos espacios de mi vida. Ya en un par de meses, recibí mi diagnóstico y tuve respuesta a tantas cosas: autista. Creo que por fin me conocí, antes sólo intenté ser lo que otros esperaban de mí.
Mi esposo y mi hijo mayor sabían sobre mi evaluación, las personas con las que lo hablé, la verdad no le dieron importancia, y me dijeron el típico: “si fueras autista”… creo que ahí podría escribir mil respuestas, una deja mucho fuera. Cualquier autista puede llenar con lo que probablemente le dijeron. Como mi esposo y mi hijo sabían, cuando recibí respuestas me abrazaron y me dieron tanto amor, es como que los tres lo sabíamos y esto sólo venía a confirmar y a salvar mi vida. Jamás olvidaré ese momento.
La decisión de compartir o no tu diagnóstico es personal. En mi caso, quería gritarlo al mundo, sentía que me había quitado tanto en 45 años que necesitaba decirle que esta vez ganaba yo, que nada había sido por causa mía, que yo era “bacán”, sólo que sumergida en el mundo capacitista en que vivimos, nunca lo había podido hacer ver. Muchos me invalidaron con otras frases típicas de las que ya hablé más arriba. En fin, todos opinan, nadie sabe, excepto la nueva comunidad que comienzas a construir, porque por primera vez te sientes comprendida como nunca antes lo hiciste en la vida. (Eso es maravilloso).
Yo había decidido no contar a mi madre, en ningún momento por falta de confianza, ella es mi mejor amiga (por ahí dicen que eso no es bueno, pero es una amistad adulta, cómplice, hermosa que surgió cuando yo ya era una mujer, antes siempre fue madre, y era mi contención más sincera, la única a quien deseaba abrazar cuando me desregulaba). Mi decisión duró lo que puedes ocultar algo a tu amistad más sincera, ¡nada! No contarle era solo para no confundirla, pero no pude, yo necesitaba decírselo. Además cada vez me daba cuenta mucho más cuánto nos parecíamos, eso era muy potente para mí.
¡Se lo dije! La preparé, expliqué algunas cosas previas que creo necesarias. Yo veía su esfuerzo por comprender, mi mamá tiene su edad, y lógicamente no era fácil de digerir ni comprender todo este nuevo mundo que le presentaba. Comprendió muchas cosas, pero su cara no estaba del todo cómoda, algo le molestaba y yo lo podía notar. Cuando le pregunté, no sabía que decirme, y se le salió un “pero tú eres normal hija”. ¡Ups! Creo que le dolía, que le asustaba, temía que me hicieran daño y fue su forma de decirme que eso no pasaría. La entendí, pero me dolió, es más, le hice ver lo parecidas que somos, traté de decirle que ella era diferente, y que eso estaba bien, que mi felicidad más grande era saber que yo no partiría de esta vida sin conocerme.
A ratos ella asentía, pero le ganó el miedo, yo no sé si ella será neurodivergente, creo que sí, pero no tengo las herramientas y respeto mucho a quienes sí las tienen y nos cambian la vida. Por tanto, ella es una neurotípica para este mundo tan hostil con las diferencias. Para mí, es mi madre (a quien soy igual) y que, gracias a mi diagnóstico, hoy la entiendo más que nunca.
No insisto en que comprenda, sé que en el fondo lo intenta, también sé que ha logrado comprenderse un poco más, pero tengo claro que no es tema para ella, y que si puede evitar hablar, lo hace. Yo la entiendo: sus temores, su falta de conocimiento (en sus tiempos autismo era sinónimo de cosas que nada tienen que ver con la condición). Soy su hija, ella quiere que siempre todo esté bien para mí, pero eso no pasará: existen mis días sin cucharas, mis días desregulados, podría decir muchas cosas que a veces las/os autistas sufrimos , pero sé que ella odia que me pase y no querría que lo exponga.
La amo. Por ella en alguna ocasión he enmascarado, (claro que ahora sabiendo el para qué, aunque igual me cansa), pero seguro lo vale. Ella crió, y ayudó a construir una mujer exitosa en mí, en una niña, adolescente, mujer autista. Quién sabe lo que tuvo que vivir para sacarme adelante; sé que sufrió con mi carencia al socializar. Tengo ese recuerdo justo ahora en mi mente, pero es de las dos. Sólo ella sabe cuánto costó, y cuánto luchó por mí; entonces hoy mamita, te entiendo, me apoyas en todo, como siempre lo has hecho, pero no quieres que sea autista. Me duele, pero mi vieja, por Dios que te entiendo. También sé que comprendes más de lo que has dicho y que así te acomoda; pues te dejo, mereces ser y creer como desees, hoy convertida en mujer, solo puedo darte gracias por hacerme quien soy, teniendo todo en contra.
Te amo mamá.
Eva Inés González Salas, es madre, profesora, emprendedora y autista. Cree en la educación sin premios ni castigos, basada en el amor y en el respeto por los demás. La encuentras en Instagram como @profeeva29 y @mujer.enelespectro
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