Hace años trabajo con personas adultas sobrevivientes de abuso sexual, físico y emocional en su infancia. Es un tema durísimo, lo sé. Nos duele oírlo y ser conscientes que esto existe.
Sin embargo el ignorarlo no nos salvará de ello, ni a nosotros ni a quienes amamos. Por el contrario. El camino hacia la visibilización del horror posibilita muchas veces su misma protección.
Me atrevo a decir que para la mayoría de nosotros, estos últimos años han sido tremendos en cuanto a lo que nos hemos enterado públicamente. Parece ser que los abusos sexuales son por primera vez pan de cada día, y aquello que por años no vimos –o no quisimos ver- está ahora saliendo todo al mismo tiempo y en distintos medios. Los canales de comunicación nos han contado una y otra vez, y casi cada día, de decenas de casos de abuso sexual de alta connotación pública. Tantos casos y tan distintos entre sí. Mujeres y hombres se han atrevido a contar en voz alta algunos de sus dolores más profundos, y han podido romper por fin con secretos cargados duramente en sus hombros por años. Hemos sabido de abuso sexual clerical, familiar, escolar entre otros.
Pero, ¿cómo?, ¿antes acaso esto no pasaba?, ¿por qué está pasando tanto ahora?, ¿nuestros hijos están en mayor peligro ahora que lo que estuvimos nosotros hace unos años?, ¿qué hacer?, ¿cómo proteger?
Sin duda son muchas las preguntas que se nos vienen a la mente. El abuso sexual infantil es una tragedia en el plano personal, familiar y social. Queremos evitarlo a toda costa y proteger a los nuestros como sea posible. Pero, ¿por dónde empezar?, ¿cómo hacerlo?
Sé que probablemente esperan ansiosos les dé algunos tips que les sirvan para prevenir y proteger efectivamente. Calma, ya iremos hasta allí, lo prometo. Para ello es importante que primero vayamos comprendiendo de qué específicamente estamos hablado. No podremos proteger eficazmente si no logramos entender cómo ocurre esto y por ende cómo podremos cuidar.
Tiene que quedarnos claro que no es que actualmente haya más abusos o abusadores que en el pasado. NO. Lo que sucede es que hoy en día como sociedad estamos pudiendo escucharlo como nunca antes. Muchas de las agresiones sexuales que la gente cuenta hoy, sucedieron realmente hace 10, 20, 30 o más años. Es decir, no estamos hablando necesariamente de un aumento actual en la vulnerabilidad, sino que lamentablemente siempre ha ocurrido. La buena noticia es que hoy estamos pudiendo verlo, hablarlo, contarlo, y por ende hacer algo al respecto. Eso ya es tremendamente preventivo para todos. No podemos proteger de aquello que no vemos ni oímos. No podemos proteger de aquello que ignoramos o no queremos pensar que existe.
¿Qué es entonces el abuso sexual infantil?
¿Qué es entonces el abuso sexual infantil? Es cuando un/a adulto agrede sexualmente a un niño, niña o adolescente buscando satisfacer sus propios deseos. Este acto es por definición abuso de poder. Aquí alguien en posición de asimetría (que tiene más poder por edad, fuerza, rol, jerarquía, etc.) agrede sexualmente a otro más vulnerable.
En el caso específico de las agresiones hacia niños y niñas, la mayoría de las veces quien lo/la agrede es un cercano/a a la familia. Esto, ya que nuestros niños no son 100% autónomos, y comúnmente están al cuidado de alguien más, generalmente de confianza nuestra. En esos roles de cuidado, donde la confianza muchas veces aparece a ciegas sin cuestionarse, es donde nuestros niños son más vulnerables.
No son pocos los que señalan que en la confianza está la clave. Cuando confiamos en alguien más nos volvemos vulnerables. Si esta persona toma esa confianza y nos la retribuye con cuidado, protección y cariño, ¡pues fantástico! El peligro está que alguien abuse de esa confianza y nos agreda. El equilibrio parece difícil de conseguir. Como aprender a evaluar y distinguir el riesgo no es sencillo. Esto se debe más bien aprender desde pequeños. No sólo dado por los padres, sino ejercitado durante la vida desde niños.
Por ello, crear y potenciar espacios de cuidado cotidiano hacia nuestros niños es una tarea diaria, no un hecho de un solo momento en concreto. Vayamos viendo las opciones de crianza que tenemos más a la mano en ese sentido:
Imagínense criamos a nuestros niños diciéndole frases como “no confíe en nadie hijo/a”, “no hable con nadie”, “tenga mucho cuidado, toda la gente es mala, hoy ya no se puede confiar en nadie”. Piénsenlo un segundo, ¿Qué estamos enseñando con ello?
Pues probablemente estamos mostrando un mundo tremendamente hostil, peligroso, temible. Si bien muchos pudieran estar de acuerdo con el riesgo existente, crecer en un mundo que se presenta como únicamente como peligroso asusta a cualquiera. Así no se puede crecer sanamente. Se vive con miedo, inseguridad, temor. Se crece sin redes de apoyo debido a la desconfianza absoluta en el mundo. Se vive aislado y con constante inseguridad, en uno mismo, en las personas que lo rodean y en el mundo en sí. ¿Es eso lo que tenemos que pregonar para proteger eficazmente? ¡Para nada!
Imagínense lo contrario, justo el extremo opuesto. Piensen, criamos a nuestros niños diciéndoles frases como “hágale caso en todo a la tía/o”, “¡no cuestione lo que se le dice hijo, usted sólo haga!”, “hágalo calladito no más, que aquí yo soy el/la adulto”, “no le cuente nada al papá, que este es nuestro secreto”… Pregunta, ¿Qué estamos enseñando con ello?
Quizás en el origen estas frases son cariñosas y protectoras. Queremos que quien los cuide, los proteja y por ello señalamos que “le haga caso” a esa persona. Quizás queremos que respete nuestras normas y por ello no les dejamos cuestionarlas. O que guarden un secreto inocente con nosotros, pero allí enseñamos a ocultar algo a sus padres.
¿Si no les permitimos a nuestros niños el cuestionar la palabra de un adulto, cómo puede entonces señalarnos cuando le hacen algo que no le gusta?, ¿Cómo puede contarnos lo sucedido si le enseñamos la importancia casi sagrada de guardar un secreto hasta el final? Esta forma de crianza no cuida, ya que enseña a aceptar (todo) sin cuestionarlo. Sin mirada crítica, sin autoconciencia de lo que nos hace bien y/o nos gusta y lo que no. Les enseñamos que los adultos siempre tenemos la razón, y por ende, nuestra palabra pesa más que la de ellos al ser niños, siempre.
Ambos ejemplos desprotegen, des-cuidan.
¿Cómo lo hacemos entonces? Pues aprendiendo a observar, observarnos, confiar desde una mirada crítica, que se conecte con lo que sentimos. Escuchar a nuestros niños, enseñarles que confiamos en ellos y en su apreciación y juicio de la realidad. No le creeremos más a un adulto que a ellos por el simple hecho de ser adultos. No. Valoramos y confiamos en ellos por el simple hecho de ser quienes son, ya sean pequeños o más grandes.
¿Cómo llevamos esto a lo práctico, al día a día? A continuación les comparto algunos imprescindibles para cuidar.
Siete imprescindibles para cuidar
1. Ver y Escuchar realmente a nuestros niños.
¿Qué significa ver y escuchar realmente? “Si eso es lo que hacemos” –diría más de alguno/a. Pues bien, para ver y escuchar realmente, se escucha sin prejuicios, sin críticas, sino con lucidez, cariño y atención amorosa hacia quién nos habla. Observar, allí está la clave. Los niños nos hablan, lo que pasa es que muchas veces no lo hacen con el mismo lenguaje que un adulto. Un niño o niña no necesariamente nos habla con palabras, sino con actos, con juego, con su misma conducta. Hay cambios sutiles que nos pueden indicar, por ejemplo, que algo le está pasando. Si uno está lo suficientemente atento a Ver y Escuchar más allá de las palabras, seguramente lo podrá ver.
2. Estar presente y expresar que lo estamos.
Hago esta diferenciación porque muchas veces tenemos la intención de estar para el otro, pero nuestra actitud diaria quizás no refleja lo mismo, y estamos ocupados y estresados todo el tiempo que estamos con nuestros hijos. O por otro lado, estamos presentes pero no comunicamos que lo estamos, ni generamos vías cotidianas de comunicación. Hacer obvio lo obvio, es clave.
3. Interesarnos fidedignamente por lo que le interesa a nuestro hijo/a.
¿Sabes el nombre de sus amigos, amigas?, ¿de aquellos con los que no se lleva bien?, ¿qué le gusta hacer en el colegio?, ¿y en la casa?, ¿cuándo está triste?, ¿qué cosas le dan miedo? Algunas de estas preguntas son bastante más sencillas de responder cuando nuestros hijo o hija son pequeños, pero mientras van creciendo a veces sucede que creemos saber, pero sus gustos han cambiado. El estar presente, el ver y escuchar que mencionábamos antes se vuelve entonces clave y necesario de ir actualizando cotidianamente. Nuestros niños van creciendo y cambiando día a día, y es un desafío llevarles el ritmo.
4. Desarrollar un vínculo fuerte, protector y amable.
Esto se desarrolla en el día a día, al pasar momentos de calidad juntos. Compartir lo bueno y lo malo, y sentir que se puede hablar de ello. Ser sinceros. Nosotros también nos equivocamos, y podemos enseñarle a nuestros hijos con el ejemplo qué es lo que hacemos cuando eso sucede. ¿Nos frustramos y ocultamos nuestro error? ¿Tratamos de enmendarlo y pedir disculpas? Estos actos diarios van modelando el actuar de nuestros niños, y enseñándoles con el ejemplo la fortaleza del vínculo que van creando en conjunto. Compartir momentos diarios en común posibilitará al niño en que confíe en nosotros. Se pueden abrir así espacios de comunicación más fluidos, y por ende, más utilizables.
5. Mantener límites cariñosos.
A veces pensamos que poner límites es necesariamente castigar o ser autoritarios. Nada más lejos de la realidad. Un límite cariñoso es cuidar al otro dentro de sus capacidades. A un bebé pequeño no le permitirías asomarse en una ventana de un 4to piso. Siendo tan pequeño sus capacidades no le permitirían medir el riesgo, y se podría hacer mucho daño. En ese sentido, le pondríamos límites justamente para cuidarlo/a.
A niños más grandes de igual modo. Hay algunas cosas que pueden hacer sin tanto riesgo, y otras por las cuales deberán esperar un poco. Un límite que explique su razón de ser enseña también al niño que los límites cuidan, y ellos mismos pueden poner límites en su vida diaria.
Poner límites cariñosos enseña el por qué de nuestro actuar, enseña el día de mañana a cuidarse a sí mismo y a pensar críticamente en su vida. Enseñar límites y respeto desde el ejemplo, desde lo que ven diariamente con nosotros. Si nosotros no le faltamos el respeto, si cuidamos los límites establecidos, ¿por qué luego alguien podría pasar a llevar esos límites? Respetemos sus límites también, los límites de su cuerpo cuando algo le incomoda. Cuando ya no quieren que los papás/mamás los ayudemos a ir al baño o a darse una ducha. Los mismos niños nos van dando las pistas. Para eso sí, debemos estar atentos, ver, escuchar y estar presentes.
6. La importancia de hablar del tema adecuadamente a las distintas etapas del desarrollo.
Hablar de sexualidad o de abuso sexual no tiene que ver con asustar al niño o niña, sino con poder nombrar e informar acerca de una realidad existente. De acuerdo a su edad y desarrollo podemos ir explicándole desde lo cotidiano.
Por ejemplo, un niño pequeño puede entender que hay caricias que nos gustan y nos hacen bien (como un beso en la frente de la mamá antes de dormir), pero hay otras veces que el contacto corporal no nos gusta, como cuando un compañero nos pellizca o empuja. Hay cosas que nos gustan y nos hacen bien, y otras que nos hacen mal. Poder diferenciarlo con ejemplos claros en lo cotidiano. Así les enseñamos a nuestros niños a desarrollar y potenciar su pensamiento crítico.
Que ellos mismos evalúen lo que sucede y puedan así dar la voz de alerta. Hay que pensar que un agresor sexual confunde a la víctima. Le dice por ejemplo que es bueno lo que éste le hace, que es especial. Si por el contrario, le hemos enseñado a nuestros hijos a diferenciar por ellos mismos qué les hace bien y qué no, la confusión abusiva sería aún más difícil de efectuar. En la misma línea, nombrar las partes de su cuerpo por su nombre real, distinguir sus áreas privadas como tales, etc, favorece la comunicación y lucidez de nuestros niños.
7. Estar atentos a cambios bruscos que puedan ser indicadores de que algo está pasando.
Estos cambios pueden ser en el ámbito de lo físico (dolores corporales, irritaciones, heridas, etc), en lo relacional (no querer ver más a algunas personas en específico, apegarse excesivamente con otros, etc), en lo emocional (llantos sin explicación, retraimiento, aislamiento, ansiedad, etc), en lo conductual, retroceso en ciertos aprendizajes alcanzados, u otros.
No hay signos o síntomas exclusivos del abuso sexual infantil. No hay algún indicador que de estar presente nos indique inequívocamente que nuestro niño/a está siendo agredido. No. Muy importante, un cambio lo que nos señala es que algo está pasando en la vida de nuestro niño, algo importante. ¿Qué es lo que está pasando específicamente? Aún no lo sabemos, pero estos cambios pueden ser perfectamente una llamada de atención a observar qué sucede.
Es importante señalar que no hay método infalible para prevenir el abuso sexual infantil. Pero sí podemos desarrollar, día a día, espacios de confianza que fortalezcan el vínculo y posibiliten el día de mañana poder actuar preventiva o tempranamente en caso de ser necesario.
Estar presentes, atentos, ver y escuchar, involucrarnos, interesarnos por ellos, poner límites amorosos, enseñar con el ejemplo, hablar las cosas y actuar ante los cambios marca toda la diferencia al momento de cuidar.
Nadie dijo que sería sencillo, pero es posible. Criar amorosa y atentamente es posible.