Muchas personas sueñan con vivir en otros países, pero ese no era mi caso. Jamás me plantee la posibilidad de hacer familia lejos de la mía.
Pero cuando te conviertes en madre, tus prioridades cambian. Y te das cuenta que todo aquello que pensaste que era para toda la vida, ¡ya no lo es! Sobre todo cuando momento de tomar decisiones difíciles.
Llegué a Santiago de Chile en abril del 2016, con nada más que cinco maletas cargadas de miedo y esperanza en partes iguales y un bebé de ocho meses, con el que me estaba estrenando como madre y mil dudas por delante, muchas veces dude si era lo correcto, pero la realidad no me dejaba otras opciones.
Soy Venezolana. Y sí, la situación política de mi país me obligó a tener que elegir entre seguir viendo a mis padres o poder garantizar necesidades tan básicas como pañales y comida para mi hijo. Y no por falta de dinero, que es lo peor. Te toca dejar tu casa, tu empleo, tu familia, tus logros, meter tu vida en cinco maletas y salir a forjar un futuro mejor para esa personita que te besa cada mañana, con la esperanza de algún día volver.
Luego de dos años agradezco esta experiencia que me ha hecho crecer como persona, que me ha llenado de humildad y agradecimiento por las pequeñas cosas, porque cuando emigras te toca luchar por conseguir en un futuro inmediato, lo que normalmente se logra con años de esfuerzo.
Estuve un año estudiando toda la cultura chilena de punta a punta, evaluando pros y contras, pero honestamente nada te prepara para la realidad. Es abrumador llegar a un país en el que nunca has estado, no en plan de turista habitual sino en plan completamente observador, absorbiendo todo, aceptándolo y agradeciendo lo bueno y lo malo.
Como mujer y madre, nada me preparó para la inmensa soledad en la que viviría. Nadie preparó a mi esposo, para todo lo que le esperaba, ¡pero no hay lugar para el fracaso!
Trabajar arduamente, encontrar la felicidad en las pequeñas cosas, comienzas a vivir la realidad de muchas personas que sin ser emigrante no tienen nada dentro de su propio país. La migración es una lección de vida, es una oportunidad de crecimiento espiritual de reencontrarte con tu fuerza interior. Esta experiencia me enseñó que no sabemos de lo que somos capaces hasta que la situación lo exige.
Hoy quiero aprovechar este espacio, para agradecer todo aquello que nos diferencia, que me obligó a crecer a abrir mi mente. Agradezco a las maravillosas personas que he conocido, a quien empatizan con nuestra situación sin caer en la lastima. Porque si bien mi país está en una situación difícil, es precisamente vivir aquí en un país que lo superó, salió adelante y hoy brilla con luz propia, lo que me da esperanza de que nosotros lo lograremos.
No somos migrantes por elección, lo somos por necesidad, y todas las mujeres antes de ser venezolanas, chilenas, españolas, argentinas… ¡somos madres! Y yo se que muchas de ustedes en mi lugar, hubiesen tomado la misma decisión. Aunque tu corazón se parta en dos, y la soledad te arrope, la sonrisa, la paz y la tranquilidad de tu hijo vale todos los sacrificios posibles.
Ahora somos solo una familia de tres, que se ve a ratos, que no celebra las pequeñas cosas y que su manera de criar dio un cambio de 360 grados. Ahora soy partidaria de que debemos criar a nuestros hijos con raíces fuertes, pero con alas gigantes que los lleven a donde quieran. Sin temor al fracaso o al cambio, porque en ambos casos siempre es una oportunidad de crecimiento.
Ruth Lopez
Madre venezolana