Por Daniela Méndez
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“Estoy deseando que llegue mañana, para que te ocupes tú de los niños -me confesó- pero me da terror dejarlos” El Nudo Materno, Jane Lazarre
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Todas nos acercamos a la maternidad desde un lugar distinto, desde una historia única y personal: algunas soñaron con ser madres desde que tienen uso de razón, a otras nos sorprende el deseo maternal cuando creíamos que no era posible sentirlo adentro. Otras, como me confesó una mujer un día, lo deciden “racionalmente” en un momento determinado, cuando la naturaleza nos pone entre la espada y la pared. Y acá podríamos agregar millones de posibilidades adicionales.
El punto es que, una vez con ese hijo en nuestra vida, por mucho que amemos nuestro rol, por profundo que abracemos la historia a través del cual se hizo real, aunque lo hayamos deseado con toda el alma, lo más natural es que -como dice la psicoanalista Mariela Michelena- a veces queramos estar con él y a veces no. Y ¿por qué? Pues porque somos super madres, ¡sí! (a veces somos capaces de hacer reales maravillas y tener los más inexplicables poderes) pero también mamás “normalitas”, mujeres de carne y hueso que a veces simplemente quieren estar consigo mismas sin sentir sobre sus espaldas y su alma la responsabilidad del cuidado.
Mujeres que quieren volver a viajar al pasado, aunque sea a ratos o simplemente estamos tan cansadas, tristes, agobiadas o hasta inspiradas, que necesitamos un espacio más allá de nuestro pequeño para hacer lo que sea que nuestro ser nos pida en un momento determinado. Querer escapar física o mentalmente algunas veces e incluso sentir que una parte de nosotras quiere estar aquí y otra allá es natural y válido.
El hecho de que amemos mucho a nuestro hijo no significa que queramos estar con él 24/7 o que sea capaz de cubrir todas las necesidades y deseos que tenemos. Y ¿por qué te cuento esto hoy? Pues porque muchas veces las mujeres madres llegan a consulta con culpa por necesitar estos espacios a solas, por desear que sus hijos duerman temprano o por sentirse como adolescentes emocionadas ¡hasta con taquicardia! -esas que te daban cuando veías al chico que te gustaba- cuando por fin se han quedado con silencio en la casa. Si tú, que lees esto, has sentido que te gusta y que disfrutas esos espacios sin tu hijo, quiero recordarte algo: eres simplemente una mamá “normal”, una mujer viva con deseos adentro y corazón latiendo.
Es importante y necesario que, en primer lugar, podamos reconocer el sentimiento, necesidad o deseo, de: A veces quiero NO quiero estar con mi hijo y en segundo, que podamos expresar esto con personas de nuestra confianza o, al menos, decírnoslo en voz alta a nosotras mismas como si fuéramos nuestra mejor amiga.
“Dani, a veces necesito hablar con otro adulto”
“Sueño con irme ese fin de semana”
“Dani, me tuve que ir de casa a respirar, no aguantaba más”
Estas son algunas de las confesiones que recibo sobre los escapes maternales. Puedes tomarte el tiempo en este momento de ponerle letra y voz a alguna de tus propias confesiones. Para poder atravesar en disfrute y salud mental la experiencia maternal es necesario dar espacio a nuestro yo más real y genuino y poder ponerle palabras, letra, a eso que nos pasa por nuestra cabeza.
Aventura de amigas
Aprovecho además para dejarte una confesión personal: hace pocos me encontré con mi familia en otro país -ellos viven allá- y aunque mi pequeño -que tiene 4 años en este momento- estaba feliz con sus abuelos, su tía y su familia a quienes suele ver una vez al año, solía necesitarme allí, presente, de testigo, apoyo y compañía, casi todo el día. Además, en esta ocasión su papá, con quien compartimos esta intensidad del amor y el cuidado, no había viajado con nosotros. Yo, como había decidido tomarme vacaciones totales, me entregué a disfrutar de mi familia y a apoyarlo en su disfrute.
Fue hermoso, ¡sí!, agotador, ¡también! Viví un eterno presente con mucha más demanda que cuando estamos en nuestra vida diaria. Eso sí, cada noche trataba de que a las 7 y 30 – 8 pm estuviera durmiendo para tener un tiempo de recarga y a veces para poder tener un rato a solas con ellos.
Mientras vivía todo esto, una amiga demasiado querida desde los nueve años -quien viajó unos días para reencontrarse conmigo- me dijo algo muy sabio en uno de esos momentos en los que alguna conversación entre adultas se ve interrumpida por alguna necesidad de nuestro pequeño: “Anda, él te necesita” (Tú, que eres mamá, sabes lo bonito que se siente cuando alguien en lugar de exigirte tiempo y ponerte entre la espada y la pared con sus necesidades o deseos, también, te comprende).
Para vivir nuestra aventura de amigas, nos fuimos a un hotel y cada noche ella me ayudaba a hacer dormir a mi hijo; ella también dejaba, en otro espacio de la habitación, a su hija disfrutando de su tiempo, para tener nosotras un espacio a solas y hablar como locas. Éramos simplemente dos mamás normales y reales riéndonos y apoyándonos en este momento intenso de la vida.
Querer estar sin tu hijo no significa que vayas a dejarlo descuidado o que vayas a irte impulsivamente de cualquier manera. A veces no es momento y desde nuestro yo mujer podemos verlo y decidirlo, aunque nos duela. A una mujer en consultas le pasó que deseaba irse un fin de semana de viaje con una amiga, pero su hija estaba pasando por un momento en el cual la necesitaba varias veces durante la noche.
¿Qué hizo? Pues preparó el terreno, trabajó en equipo con su pareja para hacer algunos cambios en las rutinas nocturnas y, meses después, lo logró. Le dio espacio a su deseo, lo cuidó, lo llevó a cabo, pero no a cualquier precio. Se fue satisfecha con su yo mamá y con su yo mujer. Le dio espacio a las dos caras de su deseo, a su propia ambivalencia interna: que su hija esté bien, tranquila y que ella pudiera disfrutar al máximo de un fin de semana haciendo cosas que anhelaba.
Lo mejor y lo peor del mundo
Finalmente quiero que, por un momento, veamos por un momento el otro lado de la moneda: A veces quiero estar con mi hijo… porque la culpa es algo tan loco que nos ataca por todos lados: si estamos y si no estamos, si queremos y si no queremos. Una vez una mujer me confesaba que a veces se sentía culpable por no querer tener tantos espacios a solas en ese preciso momento de su maternidad.
La ambivalencia maternal también incluye espacios en los que no cambiamos estar con nuestro hijo, ¡por nada! Es MUY importante respetar esos espacios en los que quieres estar con tu hijo, digan lo que digan. Tienes derecho a ellos porque criar es también algo delicioso y placentero. Comentarios como: ¡Es que ya es grande! o Es que te tomas la maternidad muy a pecho, simplemente se descartan. Si quieres estar, ¡está! Si crees que tu hijo lo necesita y él te lo pide, quieres, puedes, si te deja tranquila, en paz: ¡hazlo!
Para terminar, te comparto las palabras de Carolina del Olmo en el prólogo de El Nudo Materno (un libro que por cierto te recomiendo): El nudo materno nos enseña que ser madre es lo mejor del mundo y también lo peor… que ser madre es una identidad que te devora hasta el punto de no poder ser otra cosa y es también (dolorosamente) compatible con seguir siendo muchas cosas más y las de la misma Jane cuando nos invita a “trabajar” nuestra capacidad cada vez mayor de tolerar nuestra ambivalencia -en lugar de querer desaparecerla- pues el amor maternal se trata precisamente de esto.
Daniela Méndez es psicóloga psicoanalista, dedicada a la psicología femenina y escritora. Una de sus motivaciones más importantes es descubrir cómo vivimos las mujeres la experiencia de maternidad. La puedes encontrar en su Instagram: @espaciodanielaalma y en su página web: danielaalma.com