Hace algunos años atrás (no recuerdo el año exacto), un mitólogo llamado Joseph Campbell descubrió que la mayoría de los mitos de oriente y occidente tienen una estructura similar: un personaje parte una historia siendo de una manera y llega al final habiendo “crecido”. Esta estructura se llama “El viaje del héroe” y ha sido adaptada en el cine y la literatura para contar historias de personajes que maduran luego de una aventura que los ayuda a llegar a esa maduración.
¿Qué tiene que ver esto con el día del profesor? Pues que, dentro de la estructura del viaje del héroe, hay personajes llamados arquetipos que se repiten: uno de esos arquetipos es el Mentor (o mentora, ahora más común de encontrar) que cumple la función de entregarle a este héroe en construcción el conocimiento y las herramientas para vivir en este nuevo mundo al que está entrando. No sé a ustedes, pero a mi me suena bastante a lo que uno espera de un profesor: que no sólo enseñe matemáticas o historia o lenguaje, si no que te diga frases inspiradoras que cambien tu vida y qué sé yo.
El cine y la tele están llenos de esos profes. Maestros que les enseñan a sus alumnos frases como “Carpe Diem” (en “La sociedad de los poetas muertos”), o mi favorita “Tenemos el amor que creemos merecer” (En “Las ventajas de ser invisible”), profesores que dan todo por sus alumnos marginados y los ayudan a salir adelante pese a la adversidad, profesores que ayudan a sus alumnos a encontrar su lugar en el mundo… y un montón de cosas espectaculares que, para serles sincera, creo que dan lo mismo.
Supongo que más de alguna tuvo un profesor o profesora en el colegio que la ayudó a elegir su carrera o le dijo algo que logró sacarla de algún hoyo negro; pero creo que para la mayoría de nosotros, no hubo ningún profesor así. Ni en el colegio ni en la universidad. Y escribo toda esta columna rarísima porque quiero decirles a esos profes que sueñan con ser inspiradores que no siempre pueden/tienen que serlo, pero hay una cosa que sí pueden ser: un símbolo de amor.
Los Fabulosos Cadillacs cantan “En la escuela nos enseñan a memorizar fechas de batallas, pero qué poco nos enseñan de amor” y tienen razón; el colegio a veces es bastante inhóspito. No sólo por el bullying y las cosas que pasan en las vidas de los niños y adolescentes, también porque, como ya está archi dicho, no todos tenemos las mismas capacidades y es muy, muy frustrante nunca obtener un buen resultado en algunas materias (yo JAMÁS tuve promedio azul en matemáticas, JAMÁS. Tampoco en química). Como les contaba, ningún profesor dijo nunca algo que me cambiara la vida ni me dio un consejo muy significativo, pero sí recuerdo a aquellos que fueron cariñoso. Los profesores que más marcaron mi vida, fueron los que me dieron amor.
Descubrí el tipo de “maestra” que quiero ser cuando descubrí que los profesores que más recuerdo son aquellos que me dieron una palabra de apoyo cuando lloré siendo adolescente y tenía el corazón roto, la profe que me acompañó a enfermería cuando me saqué la mugre en el patio a los 9 años, la profe que me mandó una carta después de que se fue y no quería perder contacto con su curso… los que me hacían sentir especial aún cuando no era la mejor del curso ni la más destacada en nada. O ese que una vez me dijo “las notas no lo son todo” cuando yo estaba frustrada porque no lograba rendir como quería en su ramo.
Ese es el profesor y profesora que le deseo a mi hijo y a los escolares en general, los que los valoren por lo que son y no por lo que rinden, los que se dan el tiempo de escucharles sus penas y preocupaciones, los que tratan por el nombre y no por el apellido, los que cuentan chistes, que conocen canciones, que se esfuerzan por saber a quiénes están educando, aún cuando eso signifique escuchar Marcianeke y leer fanfics en Watpad.
Así que, profesoras y profesores, gracias por ser figuras de amor en medio de un lugar no siempre amoroso, por dejar una huella inesperada en su alumnado. Gracias por soportar la pandemia, el exceso de trabajo y a veces, el desgano de sus estudiantes. Gracias por consolar nuestras penas y las de nuestros hijos, gracias por esforzarse, gracias por enseñarnos a amar. Más maestras Ximena* y menos Señores Keating* en los colegios. Porque al final, la herramienta más significativa para crecer y ser el héroe de nuestra historia, es esa, aprender a dar y recibir amor.
Gaby Carreño
Profesora de guion, guionista y mamá
*= La maestra Ximena era esa profe adorable de “Carrusel” una teleserie infantil noventera. El señor Keating era el profe de Inglés en “La sociedad de los poetas muertos”. Nada contra él, pero no era amoroso.
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